La voz en la noche - W. H. Hodgson

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Era un noche oscura y sin estrellas. La falta de viento nos tenía detenidos en el Pacífico Norte. No sé cuál era nuestra posición exacta, pues durante un semana fatigosa y jadeante el sol había permanecido oculto detrás de un tenue neblina que parecía flotar sobre nosotros, aunque a veces descendía para envolver el mar que nos rodeaba.

Ante la falta de viento, habíamos sujetado en posición firme la caña del timón y yo era el único hombre que se encontraba en cubierta. La tripulación, que consistía en dos marineros y un grumete, dormía en su camarote de proa, mientras Will —mi amigo y a la vez patrón de nuestra pequeña embarcación— se hallaba en su litera de popa, en el lado de babor. De pronto, surgió un llamada de entre las tinieblas que nos rodeaban:

—¡Eh, de la goleta!

Fue tan inesperada, que la sorpresa me impidió contestar inmediatamente. Volvió a oírse la llamada; un voz curiosamente gutural e inhumana nos llamaba desde alguna parte del mar tenebroso, por el lado de babor.

—¡Eh, de la goleta!

—¡Eh! —grité, después de reponerme un poco de mi sorpresa— ¿Qué sois? ¿Qué queréis?

—No temáis —contestó la voz extraña, que probablemente había captado cierto tono de confusión en la mía—. No soy más que un hombre... anciano.

La pausa resultó extraña, pero hasta más adelante no le encontraría sentido.

—Si es así, ¿por qué no atracas a nuestro costado? —pregunté con cierta sequedad, pues no me gustaba la insinuación de que me había mostrado un tanto confundido.

—No... no puedo. Sería peligroso. Yo...

La voz enmudeció y todo volvió a quedar en silencio.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, cada vez más asombrado— ¿Por qué sería peligroso? ¿Dónde estás?

Escuché durante un momento, pero no hubo respuesta. Y entonces, un sospecha súbita e indefinida, aunque no sabía de qué, se apoderó de mí. Me acerqué rápidamente a la bitácora y saqué la lámpara encendida. Al mismo tiempo golpeé la cubierta con el tacón para despertar a Will. Luego me aproximé de nuevo al costado y proyecté el haz de luz amarilla hacia la silenciosa inmensidad que había más allá de nuestra borda. Al hacerlo, oí un grito leve y sofocado y luego un chapoteo, como si alguien acabase de sumergir los remos precipitadamente. Pese a ello, no puedo decir que viera nada con certeza, excepto, me pareció, que el primer destello de luz había iluminado algo en el agua, allí donde ahora no había nada.

—¡Eh! —llamé— ¿Qué broma es ésta?

Pero lo único que oí fueron los confusos ruidos de un embarcación que se alejaba de nosotros y se internaba en la noche. Entonces oí la voz de Will que venía de popa.

—¿Qué pasa, George?

—¡Ven aquí, Will! —dije.

—¿De qué se trata? —preguntó, cruzando la cubierta.

Le conté el raro incidente que acababa de producirse. Él me hizo varias preguntas; luego, tras un momento de silencio, hizo bocina con las manos y llamó: ¡Ah, del barco!

Desde mucha distancia nos llegó débilmente un réplica y mi compañero repitió su llamada. Al poco, después de un breve silencio, el sonido apagado de unos remos fue acercándose a nosotros y, al oírlo, Will volvió a llamar. Esta vez hubo respuesta.

—Apagad la luz.

—Que me cuelguen si la apago —musité, pero Will me dijo que hiciera lo que ordenaba la voz, así que metí la luz debajo de las amuradas.

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