Capítulo 29

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Entré y la sonrisa fue instantánea, miré hacia abajo y reí al ver el mensaje bordado en la alfombra: Quítate los zapatos o te quitaré los pies.

Mi abuela hizo esa alfombra hace años.

Las paredes iban de un rosado palo con flores amarillas pintadas como decoración, millones de recuerdos capturados en fotos, algunos dibujos que mi abuela conservó míos de mi infancia, sin embargo lo que más amaba era la gran foto familiar en el medio.

Tendría unos cinco años, mi abuelo me tenía entre sus brazos mientras la abuela y mama nos abrazaban, todos hacíamos una mueca graciosa.

Toque la foto con amor y me lleve la mano al pecho.

No había un día en que no extrañara al gran Edward Dixon.

La casa no es ni muy grande ni muy pequeña, dos pisos, seis cuartos, tres baños y uno central, todo construido por mis abuelos.

Una casa estándar diría mi abuelo, lo que si se llevaba un gran terreno era la Villa Greta, el mayor orgullo de los Dixon.

—Es una bonita imagen — asentí llena de emoción — son una linda familia.

—Los Dixon somos increíbles — habló mi abuela ubicándose en el medio de ambos, quise reír al ver el rostro de Eros indignado— tenemos una conversación pendiente muchacho....

Las pisadas de alguien detuvieron sus palabras, alce la mirada y en las escaleras a pocos escalones de llegar a la planta baja, estaba ella.

La mujer que más amaba.

Cabello negro igual que el mío pero más corto, metro setenta de altura, piel pálida con unos pocos lunares, pequeñas arrugas surcado por su rostro y ojos grises llenos de cansancio y tristeza.

—Mamá...

—Eva— dijo con asombro antes de mirar a la abuela y luego a mí — no... no puedo hacer esto — subió corriendo devuelta al segundo piso.

A pesar de tener en mis venas el positivismo, sabía lo difícil que sería la conversación con ella.

¿Estaba preparada?

Ni un poco.

—Bueno, vayamos a la cocina les daré un poco de pastel que he preparado y un gran vaso de leche fresco — los niños ajenos a la atmosfera tensa no se quejaron y la siguieron — tú también Eros, Eva debe hablar con su mamá.

—Estaré bien — toque su hombro para que bajara un poco la guardia, no sé si me creyó pero fue junto a los niños a la cocina.

Respire profundo y empecé a subir los escalones.

Con cada paso que daba un sentimiento de tristeza crecía en mi interior, la mirada de mi mamá mostraba dolor, uno que seguramente provoque con mis acciones.

Al llegar a su puerta, me quede unos segundos mirando la decoración de la misma, llena de pájaros azules, mamá amaba las aves y mi abuelo contrato a alguien para que los pintará en la época de su embarazo donde se sentía mal por amar a alguien que no supo corresponderle.

Libertad, es lo que yo veía en las aves.

Solté un gran suspire y me anime a entrar.

No tuve que buscarla mucho, pues estaba sentada en su cama mirando un portarretrato que llevaba en sus manos. Sabía que contenía la imagen, éramos nosotras jugando bajo la lluvia llenas de lodo, los días lluviosos siempre estaban presentes en mis recuerdos como una de las mejores cosas que pude vivir.

Aquello Que OcultamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora