El vuelo iba más lento de lo que esperaba, sentí una mezcla de miedo y desesperación surcando por todo mi cuerpo, quería hablar con el piloto para que le metiera potencia al avión para ir más rápido, tenía urgencia en llegar a mi destino.
Sí, sé que no podía ser posible.
Lo bueno de tener pensamientos y no decirlos en voz alta, es que no te veían como si estuvieses loca. Aunque mi compañera de vuelo me daba miraditas raras mientras estaba con su Tablet.
Varias veces una tripulante de cabina pregunto si me encontraba bien, tal vez notaba en mi rostro intranquilidad, no sabía cómo ocultar los nervios.
Luego que llegara el mensaje mi teléfono quedó muerto, intente cargarlo y no daba señal de vida, así que estaba incomunicada, no podía llamar a la policía o a los vengadores para que nos salvaran. Solo cargaba una mochila de equipaje donde solo tenía mi pasaporte, un cepillo de dientes, tampones, un par de billetes y lo que parecía ser la mitad de un chicle de menta.
Oh sí, estaba preparada para lo que viniese.
Ya no sabía por quién preocuparme más, tanto Eros como los niños estaban en peligro y no se me ocurría que hacer.
Impotencia, frustración, pensamientos obsesivos, me convertí en un manojo de nervios andante.
Cuando por fin aterrizamos pase mediante de empujones y disculpas a los pasajeros, parecían hijos de una tortuga, tomándose su tiempo (uno que no tenía) para salir del avión.
¿Tenía un plan?, no.
Así que me tocaba improvisar, en eso si tenía experiencia.
Salí del aeropuerto y busque un taxi, lo único que todavía mantenía mi cordura era la dirección escrita en mi mano, primero los niños luego Eros. No me tragaba el cuento de su viaje de negocios dejando a una desconocida con sus sobrinos, el señor perfecto resultaba ser muy paranoico con el cuidado de su familia.
Le dicte la dirección exacta al taxista y su única respuesta fue asentir, me dedique a mirar por la ventana sin ver nada en realidad, mi abuela siempre dice: Debes mantener la calma en todo momento, incluso cuando creas que una situación no tiene solución, siempre la hay, solo debes buscarla.
Sentía que mientras más la buscaba más se escondía la solución a este problema, no me gustaba estar en desventaja ¿Que más podía hacer?
—Hemos llegado señorita — aviso el conductor.
—Eh... no es la dirección que le di — mire confundida por la ventana.
—Sí lo es — dicto la dirección y fruncí el ceño.
—Estoy loca pero no tanto, sé dar direcciones...— lo mire a través del espejo retrovisor y su sonrisa no me gusto — y he caído en la trampa.
—No es su culpa, nadie puede ir en contra del carnicero — se encogió de hombros, parecía la frase de una secta satánica — mi recomendación es que baje y cumple con su destino.
—No le pagare por tan mal servicio — salí del taxi y cerré con fuerza la puerta, sentí su mirada clavada en mi espalda y respire profundo caminando hasta la entrada.
Ahogue un grito, la G ya no era dorada, estaba pintada de rojo y goteaba dejando pequeños puntos en el suelo, ojala no fuera sangre. La reja se abrió con su típico chirrido y me adentre a la residencia Goldssom.
Supongo que todo termina donde empezó.
~*~
Ignore el camino rojo que me llevaba hasta la puerta principal, pero fue imposible no mirar con horror la fuente, estaba intacta pero cada nombre de los niños estaba tachado con una equis negra y el miedo solo aumentó.
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Aquello Que Ocultamos
RomanceUn trabajo, una nueva oportunidad, fue lo que pensé cuando el apellido Goldssom llegó a mi vida. No solo fueron nuestros caminos los que se cruzaron sino también nuestros secretos. Y aquello que ocultamos resultó ser una pieza decisiva en el juego...