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No estaba segura de lo que me imaginaba.

¿Una alfombra roja?

¿Flashes de cámaras?

¿Gente que gritara mi nombre?

¿Multitudes que se pelean para tocarme el pelo? Sí, todas esas cosas.

No me imaginaba esta mierda de entrada insulsa: meternos por la puerta de atrás y tener que cruzar toda la cocina para llegar a la fiesta.

—Menuda entrada triunfal —digo entre dientes mientras entrego mi abrigo a un hombre que asiente demasiado a menudo.

«¿Tendrá algún tic o algo el tipo este?».

«¿Por qué no para de asentir?».

Entonces me doy cuenta de cómo mira a Harry. Con los ojos abiertos de par en par. Con los dedos temblorosos. Sin hilar bien las frases.

Vaya.

Está patidifuso.

«Quizá sí que debería haber buscado a Harry en Google...».

—¿Por qué hemos entrado por detrás?

—Porque la fiesta de hoy es en honor de Jessie Styles, no en el de Harry Styles. —Por primera vez, parece humilde de verdad. Y avergonzado por lo que me parece que es su fama.

—Pues la van a hacer en mi honor en cuanto me ponga a bailar. —Y antes de que pueda hacerlo (ponerme a bailar), Harry me agarra del codo y aprieta su cuerpazo contra el mío.

—Como te vuelvas a poner a zapatear, te encierro en el frigorífico. —Su amenaza no afecta a mi buen humor en lo más mínimo.

Muevo las cejas mirándolo.

—¿Para que puedas desnudarte y calentarme con el calor de tu cuerpo? —Se limita a observarme fijamente—. ¿Y si me entra fiebre? ¿Me mirarás la temperatura? ¿Con tu enorme... termómetro?

La sonrisa le aletea en los labios. Y de nuevo, la reprime. Se aparta y se pone derecho, me ofrece el brazo y agradece al guardarropa que nos haya agarrado los abrigos de la única forma

que sabe: con un asentimiento.

Inspiro hondo mientras Harry me conduce fuera de la cocina y atravesamos un amplio pasillo. Oigo la música. La cháchara. Las risas. El tintineo del cristal. El corazón me retumba en el pecho.

Estoy tan excitada como nerviosa. Estoy más nerviosa que excitada. Creo.

No lo sé. Mierda. Qué locura.

Estoy aquí, en una fiesta superlujosa con un montón de gente muy rica y no tengo ni una sola puñetera prenda de la marca Prada.

Levanto los ojos para echar un vistazo a Harry.

«Y este cabrón elegante...».

Tiene la actitud de ese chico cien por cien. Rezuma confianza. Irradia poder. Emite autoridad. Todos sus pasos son calibrados. Todas sus respiraciones están controladas. Qué lastima que no sea muy intuitivo o se daría cuenta de que estoy a punto de perder la cabeza.

Ahora llega el momento en el que todas las protagonistas de las novelas románticas «extraen el valor de la fuerza arrolladora que es su chico». No obstante, nunca explican cómo lo consiguen. Así que no tengo ni idea. Lo estoy intentando todo: lo miro con los ojos entornados, me aprieto la sien con el dedo, lanzo mis rayos láser imaginarios contra su cerebro.

—¿Qué cojones estás haciendo? —Harry se detiene y baja los ojos para mirarme como si yo fuera idiota. Justo así me siento una vez he relajado la expresión, la mirada y aparto el dedo de la sien.

that man.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora