Al final resulta que su actitud de ese chico de novela no está tan mal. Solo que no la tiene cuando toca. Como esta mañana, cuando quería que me cuidara y no lo ha hecho. Y luego, más tarde, quería que no me cuidara y lo ha hecho. Al final, he conseguido lo que quería. Pero no cuando lo quería.
Bueno, he conseguido parte de lo que quería.
Cuando me tenía en el escritorio ya me ha inspeccionado las partes íntimas. Luego, nos ha pedido el desayuno, incluso me ha preguntado qué quería. Me he conformado con beicon, huevos, pancakes, fruta fresca y un poco de esas gachas de avena con pasas que venden en McDonalds.
¿Sabías que Uber también te trae la comida a casa? ¿En plena tormenta de nieve? Lo llaman Uber Eats. Para muchas personas no será para tanto, pero cuando eres de un pueblecito donde ni siquiera el Pizza Hut de turno hace entregas a domicilio, saber que existen cosas como esta te hace alucinar.
En fin, después de eso, por fin me ha dado esos dos ibuprofenos y un vaso alargado lleno de agua y me ha exigido que descanse. Y eso es exactamente lo que he hecho. Pero en vez de hacerlo en su cama, lo he hecho en el sofá, porque me sentía demasiado llena de todo lo que nos ha traído Uber Eats como para subir las puñeteras escaleras.
Al cabo de una siesta de tres horas, me he dado una ducha bien caliente para despertarme. Cuando he terminado, me ha exigido que me espabilara, caray, porque iba a hacernos llegar tarde. Me he empezado a quejar de que no tenía nada que ponerme, pero luego he descubierto que ya tenía todo un conjunto preparado sobre la cama de la habitación de invitados. Y cualquier cosmético que pudiera necesitar sobre el armario del baño.
Me he dejado los rizos al natural, salvajes y a lo loco, pero que, en cierta manera, también quedan bonitos y elegantes. Me echo un poco de Chanel en el pelo, el cuello y las muñecas. Soy generosa con el rímel para hacer que los ojos resalten bien. Uso poco labial para que me quede ese rosa brillante y natural al más puro estilo Kim Kardashian. Me maravillo de lo que me luce la piel en contraste con la blusa de color blanco puro que me deja los hombros al descubierto y se ensancha un poco en la cintura. Le agradezco a Emily que me hiciera apuntarme a clases de pilates, porque gracias a esto tengo el culo más apretado y las piernas tonificadas y los pantalones pitillo negros de piel me quedan divinos. Y tomo diecisiete fotos de los tacones Louboutin que son blancos por arriba y rojos por debajo.
—¡Peaches!
Me tomo otro selfie rápido en el baño haciendo morritos y se lo envío a Emily. Espero su respuesta.
Me manda la misma de siempre: el emoji con el dedo corazón levantado.
—Tenemos que... —La voz de Harry se apaga cuando me ve, me come con los ojos, me pone cachonda y me revuelve entera solo con una mirada—. Irnos.
—¿Estoy guapa? —Le ofrezco una sonrisa y le hago una reverencia.
—Estás de postre.
El ardor... me invade entera. Qué sofoco, joder. Separo los labios para tomar más aire y jadeo mientras él se regodea mirándome.
—¿Te gusta el postre? Me mira a los ojos.
—Se está convirtiendo en mi plato favorito a pasos agigantados.
«Criptonita, ¿decía? Ya ves si lo soy».
Además, estoy un poco mareada. Viste de traje, nada fuera de lo común. ¿Pero el que lleva ahora? Es todo negro. Negro azabache. Incluso la corbata que lleva es negra. Parece un director ejecutivo malote. Y el enorme Rolex que luce en la muñeca no me ayuda a sofocar el deseo.