Harry y Jim llevan una eternidad en el despacho.
Me he comido toda la bandeja de pancakes para desayunar. Me he duchado.
He inspeccionado todo el vestuario de la señorita Sims.
No he encontrado ninguna pieza tan maravillosa como el pantalón y el top de Chanel. Me lo he vuelto a poner.
He ordenado el cuarto de invitados. He hecho la cama de Harry.
Me he quedado sin vidas en Toy Blast.
Le he mandado un mensaje a Emily para que me pase una vida. Como tonta que soy, le he mandado un selfie vestida de Chanel. Y ahora estoy esperando a que me responda.
Recibo el emoji con el dedo corazón levantado. Y ninguna vida para Toy Blast.
«Cuánta envidia me tiene».
Echo un vistazo al reloj y me doy cuenta de que la «eternidad» solo han sido un par de horas. Me da la sensación de que es más porque aunque está a pocos metros, no veo a Harry. Y lo echo de menos. Echo de menos su cara. Su boca. Sus labios. Su sentido del humor. Incluso echo de menos sus enfados. Y cuando pienso en él, me da la sensación de que voy colocada.
No colocada de maría. Las pocas veces que he fumado hierba solo me he puesto a pensar en estupideces, como por ejemplo a qué saben los números. Y si en la palabra obvio se pronuncia la b o la v. Algo que, por cierto, todavía no he descifrado.
Sí, decididamente no es como si estuviera colocada de maría. Yo diría que se parece más a estar colocada de metanfetaminas.
No es que haya probado la metanfetamina. Pero he oído que se ve que te agudiza los sentidos.
Que te hace correr muy rápido. Que te hace no querer volver a dormir.
«Quizá eso es veneno de vampiro...». Bueno, da lo mismo.
¿En resumen?
Me estoy enamorando de Harry Styles.
Es dueño de mis pensamientos, mi cuerpo y mi corazón. Siento un hormigueo en la sangre solo de pensar en él.
Se me endurecen los pezones con cada paso dolorido que doy.
Se me acelera el pulso al percibir su perfume, que está por todas partes.
Ayer por la noche estaba convencida de que me estaba enamorando. Hoy he decidido reconsiderar la situación, puesto que ya no estoy influenciada por un orgasmo que me obnubila la mente ni estoy en el paraíso postcoital. Y porque estoy aburrida y tengo que esperarme diez minutos a que se genere otra vida en Toy Blast.
Entonces: ¿es deseo o es amor?
Deseo hay, eso seguro. El deseo intensifica el momento. Engrandece la experiencia. Crea una atracción sexual que conlleva unas relaciones sexuales que te dejan con unos andares de pato y, a la vez, con las ganas de volver a sentir que te penetra hasta el fondo. Pero el deseo también es algo que puedes sofocar. Algo que puede arrancarte una sonrisa si quieres recordarlo. O algo que puedes optar por olvidar.
¿Y amor?
Entrégale tu corazón a alguien y te vas a arrepentir. Ya sea hoy, mañana o dentro de un siglo, tarde o temprano te toparás con el lado negativo. No hay nada bueno que no tenga repercusiones. Y por eso, precisamente, es tan poderoso.
Si tuviera opción, optaría por el deseo. El problema es que no es tan sencillo. No es un examen tipo test. No puedo elegir. Es un honor reservado para mi corazón. Y el muy idiota no ha hecho más que tomar malas decisiones desde aquel día en que dio un vuelco al ver que Eddie Smith se desnudaba y se quedaba con solo una capa y unos calzoncillos de las Tortugas Ninja en mi fiesta de cumpleaños de los seis años.
«Ojalá tuviera un corazón tan listo como mi vagina». A la porra mi corazón.
Mi cabeza ha tomado una decisión. Lo que siento es deseo.
El deseo no acarrea una pérdida. Solo recompensas.
Y en cuestión de amor, no hay recompensas que valgan. El amor te mutila.
Claro que follar con Harry Styles también te mutila. Así que... ¿qué demonios sabré yo?
