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Harry Styles no es Dios.

Pero no veas si sabe arruinar el momento...

No me ofrece una sonrisa. Al contrario, me topo con una mirada que refleja un horror y un asco absolutos. Tampoco hay un «Buenos días, preciosa». Solo un:

—¿Qué cojones hace esta aquí?

—¿Qué? —pregunta Cam. Harry y yo nos observamos de hito en hito mientras él sigue hablando. Harry parece a punto de estallar. Me fijo en los dos puntitos rojos que tiene en el segundo y el sexto abdominal. «¿Salpicaduras de la grasa del beicon?». Seguramente. «¿Quién demonios se pone a freír beicon sin camiseta?».

—Me has dicho que la fuera a buscar y la trajera a casa. He asumido que con «casa» te referías a aquí. ¿Querías que la llevara al otro apartamento?

«¡Toma ya! ¡Que tiene dos pisos!».

Harry se serena. Crece uno o dos centímetros. Se le tensan los músculos. La vena de la frente empieza a sobresalir. Cierra los puños. «Es todo un dominante».

—Tú eres Peaches Hart.

Me abstengo de volver a usar la broma de míster Obvio. Y de preguntarle si le puedo tocar el pecho. O de pedirle que abandone este tono grave y tranquilo y pronuncie otra vez mi nombre como si se estuviera corriendo.

—Sí.

—Has llamado a la oficina.

—Sí.

—Les has dicho que eras una amiga.

—La gente usa esa palabra con demasiada ligereza. Creo que la culpa es de Facebook.

Porque a ver, ¿cuántos de tus amigos de Facebook son realmente amigos tuyos?

—Tú y yo no somos amigos de Facebook.

—No, cierto.

—Tampoco somos amigos en la vida real. No somos ni conocidos. Ni siquiera eres la amiga de un amigo.

Ladeo la cabeza y lo miro con los ojos entrecerrados.

—¿Estás seguro de eso? Estoy convencida de que soy amiga de Facebook de un amigo tuyo de

Facebook. De verdad que el mundo es un pañuelo, te sorprendería. Sobre todo cuando tienes una presencia en redes sociales como la mía. Tengo como unos cuatro mil me gusta en mi página. Y he llegado al límite máximo de amigos: cinco mil.

Se suceden unos cuantos segundos de silencio. Hasta que Harry señala la puerta con la espátula.

—Vete.

—No. No voy a irme. —Me cruzo de brazos para esconder cómo me tiemblan los dedos—. No hasta que me contéis qué pasa. Tú eres quien ha querido venir a recogerme. Quiero saber por qué.

—Porque creía que eras otra persona.

—¿Cómo? ¿Conoces a otra chica que se llama Peaches Hart?

—Creía que eras la señorita Sims. Ahora sí que estoy hecha un lío.

—Pero si les he dicho que me llamo Peaches. Y me acabas de preguntar si soy Peaches Hart, así que sabías que no era la señorita Sims.

—Me cago en la leche. —Se pasa la mano por el pelo y suelta un bufido de exasperación—.

Me he confundido, ¿vale?

—¿Y cómo demonios confundes «Peaches-ne-lo-Peaches Hart» con «señorita Sims»?

—¡Es un alias! ¡Señorita Sims es un alias! —grita con los ojos puestos en el techo—. Hostia, mujer. ¡Eres un maldito disco rayado!

that man.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora