El ascensor se ha detenido entre las plantas decimoséptima y decimoctava. Tras asimilar que estoy sana y salva y viva, he empezado a procesar otra realidad. He entrado en pánico delante de Harry. Ha visto mi faceta más vulnerable. Y eso me hace sentir... débil.
Con todo, he dejado que cargue conmigo a lo largo de los catorce pisos que nos separan de su ático, como si fuera su deber. He protestado, pero me ha ignorado.
Cuando le he dicho que estaba bien, que podía caminar, me ha respondido con un:
—Silencio.
Cuando no podía detener los temblores, él me ha abrazado con más fuerza, me ha besado el pelo y me ha dicho:
—No te fallaré, reina. Ya estás a salvo.
Cuando las lágrimas me corrían por las mejillas y le mojaban el cuello, me ha implorado:
—Por favor, no llores, cielo.
Y con cada paso, cada palabra, cada beso en la sien, cada caricia en la espalda, cada ruido tranquilizador y cada abrazo he descubierto que mi debilidad tiene sus ventajas. Sin embargo, las desventajas son mayores: qué bochorno. Qué vergüenza... ¿Cómo podré mirarlo a la cara? Me había dicho que era perfecta segundos antes de meterme en el ascensor.
«¿Qué pensará de mí ahora?».
Me coloca en el sofá y se arrodilla ante mí. Me sostiene la barbilla con los dedos, me hace inclinar la cabeza para verme bien. Antes de que me lo pueda preguntar, respondo la pregunta que se le refleja en la cara y en la mirada:
—Estoy bien.
—No me mientas, Peaches.
—No te miento. Estoy bien, Harry, de verdad. Estoy muy cansada. Y dolorida, eso sí. Y me duele la garganta.
Me aparta el pelo de la cara.
—Los gritos...
—Ya, ya lo sé. Lo siento. He entrado en pánico.
—No te disculpes. Me refería a que por eso debe de dolerte la garganta. Niego con la cabeza y desvío la vista.
—Me duele la garganta de vomitar.
—No tiene que darte vergüenza, cielo. No importa.
—Huelo a vómito, Harry —le espeto mientras me seco las lágrimas de las mejillas. No estoy enfadada con él. Es que... joder, me muero de la vergüenza—. Creo que me he vomitado el pelo también. —Abro los ojos de par en par mientras analizo su camiseta. Su cuello—. Dios, espero no haberte vomitado encima.
—Te preocupas por lo que no debes preocuparte —masculla, sobre todo para sí—. Dime qué te duele para poderte ayudar. ¿Qué más aparte de la garganta?
Sus ojos me recorren de pies a cabeza. Busca indicios de heridas físicas. Cierro los ojos y trato de evitar que la sangre se me acumule en las mejillas. Me he humillado lo suficiente por hoy. O por lo que me queda de vida. Agotada como estoy, no debería importarme. Pero me importa.
—Eh, mírame.
Abro los ojos y Harry es un borrón. Cuando lloro, acabo horrible. Y eso me suele servir para controlar las emociones. Pero ahora mismo me arrolla una vorágine de emociones. Y no puedo reprimirlas por mucho que me esfuerce.
Me muevo para ponerme de pie y él me deja espacio. Quiero ducharme. Irme a la cama. Volver a empezar el día de hoy. Me alejo de él, pero solo he dado unos pasos cuando noto su mano en el codo. Me detengo, pero no me vuelvo para mirarlo.
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