7

758 38 1
                                    

Mi madre pasa por las cinco etapas del duelo cada vez que hablo con ella.

Primera etapa: negación.

—No puede ser que me estés llamando desde un ático de lujo en Chicago para pedirme dinero y que puedas volver a casa. ¿De verdad, Peaches? ¿Cómo has llegado a este punto?

Segunda etapa: ira.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no te metas en los asuntos de los demás, eh? ¿Ahora qué vas a hacer si Emily vuelve con este chico y se acaban casando? No solo has quemado una bolsa de caca de perro, jovencita. Has eliminado por completo cualquier posible futuro de tu mejor amiga con su potencial marido.

Tercera etapa: negociación.

—Te mandaré el dinero para que vuelvas a casa solo si me prometes que pararás de hacer todas estas trastadas.

Cuarta etapa: depresión.

—¿Tienes idea de lo que me pasaría si te ocurriera algo? Ya estoy comiendo Oreos de la ansiedad mientras hablo contigo. Estaré tan gorda como una casa para cuando vuelvas.

Quinta etapa: aceptación.

—Me alegro de que estés bien. Eso es lo único que importa.

Cuando cuelgo, tengo una sonrisa en los labios. La preocupación de mi madre suele tener ese efecto. Es agradable que alguien se preocupe por ti. Quizá este es el problema que tiene Harry. No le dieron el amor suficiente cuando era pequeño. No me voy a morir si soy un poco más empática. Al fin y al cabo, desde que lo conozco, solo le he traído problemas.

«Uf. ¿Por qué hablar con mi madre siempre me hace ser más comprensiva?».

«¿Y por qué Harry no puede parecérsele un poco más y quererme incondicionalmente a pesar de todos los defectos que tengo?».

Como no lo hace, me aseguro de dejar un montón de huellas por toda la madera pulida del escritorio. Y como soy depravada e infantil, me levanto la toalla y meneo el culo desnudo sobre su silla.

Regreso al salón más animada. Me siento mejor. Pronto me despediré, pero no estoy triste. Aunque nunca fue su intención, Harry me ha regalado muchísimo mientras he estado aquí: material para mi libro, un viaje en limusina, vistas de Chicago y de su cuerpazo medio desnudo, pizza,

beicon y un pase gratuito para salir de la cárcel.

Bueno, en realidad no me ha ofrecido nada de eso. Se lo he robado. Pero los tecnicismos están sobrevalorados.

—Que no lo voy a hacer, joder, Cam. Olvídate.

Me quedo en el umbral del despacho con la esperanza de oír algo más. Pero Harry me ve al instante.

«Siempre me frustra los sueños...».

Sonrío para indicarle que lo perdono. Estoy lista para anunciar que me voy. Despedirme. Pero me mira con cara de pocos amigos, abandona el salón y sube las escaleras furioso. Y así de fácil, vuelvo a estar cabreada. Y la intención de irme desaparece. Prefiero quedarme hasta que me eche solo por tener la satisfacción de que, por enésima vez, lo he sacado de quicio.

—No está enfadado contigo, reina. —Los labios de Cam se curvan un poco en una sonrisilla de disculpa. Es mono y tal, pero sigo enfadada.

—¿Siempre lo estás disculpando? —Me dirijo al armario de la licorera. Darme a la bebida no me parece mala idea ahora mismo.

—Cuando tengo que hacerlo.

Me sirvo un vaso y me bebo el líquido burdeos de sabor ahumado. «Joder, cómo arde». Toso un par de veces. Entonces, me sirvo otro y me siento delante de Cam.

that man.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora