¿Recuerdas las cinco fases del duelo por las que pasa mi madre cada vez que me llama? Bueno, pues resulta que la mierda esta es hereditaria.
Primera fase: negación.
Harry no ha dicho «nada de ataduras». Seguro que lo he oído mal. Porque si creyera que lo nuestro es sin compromiso, no habría bajado (donde me he escapado después de oír lo que claramente no he oído), ni me habría agarrado de la barbilla con los dedos, ni me habría alzado la cabeza, ni me habría besado en los labios, ni me habría susurrado «preciosa».
Más allá de las marcas de diseño, nada de lo que llevaba era «precioso»: unas botas, unos tejanos, un pañuelo y una camiseta maravillosa de manga larga con agujeros para pasar los pulgares. Tampoco lo era el moño despeinado que llevaba. Y sí que iba maquillada, pero tampoco para calificarme de «preciosa».
Pero madre mía si no me he sentido preciosa cuando me ha agarrado la mano. Cuando me ha acariciado los nudillos con el pulgar mientras bajábamos los dieciocho pisos de escaleras. Cuando ha posado la mano sobre mi muslo durante todo el viaje hasta el aeropuerto. Cuando solo la ha sacado para volver a agarrarme de la mano cuando hemos salido del coche.
Y me ha conducido hasta el avión.
Se ha metido el móvil entre el hombro y la mejilla. Me ha inmovilizado entre sus brazos.
Me ha acariciado la sien con el dedo.
«¿"Nada de ataduras"? Y una mierda...». Segunda fase: rabia.
A la mierda Harry Styles. Que lo jodan por pensar que no soy capaz de desenvolverme en África. Que lo jodan por decir que nací en medio de la nada, en Misisipi. Que lo jodan a él y al
«nada de ataduras». Que lo jodan por asumir que no quiero vivir un cuento de hadas. Y que lo jodan por usar el manido «sin compromiso».
Tercera fase: negociación.
Dios, por favor, haz que este hombre me quiera. Que me acepte. Que se case conmigo. Que me deje embarazada. Hazlo y te prometo que donaré un montón de dinero (suyo) a la caridad una vez tenga acceso a sus cuentas. Siempre y cuando no me haga firmar un acuerdo prematrimonial, claro. Así que Dios, por favor, no permitas que me haga firmar un acuerdo prematrimonial.
Cuarta fase: depresión.
Esta es la fase en la que me encuentro.
Alzo los ojos para mirar a Harry. Está postrado como un rey en la silla de respaldo ancho de su avión de sesenta millones de dólares. Lleva su traje de negocios gris oscuro, hecho perfectamente a medida. Solo tiene una arruga: entre los ojos, la sempiterna preocupación de un director ejecutivo mientras teclea furioso en el portátil.
Solo verlo me vuelve loca. Noto como si tuviera un puñetero zoo en el estómago. Mariposas que revolotean. Pájaros que baten las alas. Peces que nadan. Me gusta la sensación y me tengo que morder el labio inferior y esconder la sonrisa. Hasta que recuerdo lo que ha dicho. Entonces tengo la impresión de que me han apuñalado en el corazón con uno de esos cuernos kilométricos de las vacas Texas longhorn.
No puedo ser su señorita Sims. No puedo ser su Pretty Woman. No puedo venir a Chicago cuando a él le vaya bien, dejar que me haga el amor, enamorarme todavía más de él y despertarme sola en su enorme cama con un fajo de billetes y una nota en la que me dice que ya nos veremos.
Desvío la mirada y tengo que pestañear para contener las lágrimas. Inspiro hondo unas cuantas veces. No ayuda. Este vacío...
«Mierda».
Cierro los ojos ante el dolor. Quiero avanzar a la siguiente fase del duelo: aceptación. Pero
¿cómo puedo aceptarlo cuando mi corazón se niega a renunciar al mayor amor que ha conocido nunca? ¿Cómo puedo pasar página cuando el único futuro que quiero lo tengo sentado aquí delante?
