Epílogo

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Cam

El amor es un misterio.

Nunca sabes cuándo lo encontrarás. Nunca sabes con quién. Nunca sabes cómo. Simplemente, ocurre.

Gracias al cielo que nunca me ha ocurrido, joder.

No me imagino convirtiéndome en el calzonazos blandengue impotente y encoñado que vive en las nubes y baila river dance en el que se ha convertido Harry. No me malinterpretes, me alegro de que sea feliz. Pero echo de menos la época en que solía alejarse cuando Peaches lo llamaba. O como mínimo, cuando se tapaba la boca en un intento de ahorrarme la mierda de «cuelga tú; no, cuelga tú» entre ellos. Me hacía tener la esperanza de que mi amigo aún conservaba las pelotas.

No obstante, han pasado tres meses desde el día en que le confesó a su novia que la quería en un bar, en algún pueblecito de Misisipi. Y ahora, ya ni siquiera trata de hacer ver que es un hombre. Y estoy bastante seguro de que si tiene pelotas, ya no le cuelgan debajo del rabo. Las lleva Peaches bien guardaditas en el bolso para poder sacarlas y retorcerlas siempre que quiera recordarle quién lleva los pantalones.

Hemos llegado a tal punto que me muero de ganas de que discutan. Como hoy.

—Me cago en la leche, Peaches. He dicho que no.

En el silencio del coche, oigo perfectamente su respuesta al otro lado del teléfono:

—¡Pero si tienes dinero de sobra! No es que seas pobre.

—No, no soy pobre. Porque voy a trabajar cada día. Y sí que tengo dinero de sobra. Pero voy a dejar de tenerlo si no dejas de tratar de donarlo.

—Si no cumplo la promesa que le hice a Dios y me hace morir de la forma más horrible posible, será culpa tuya. Hasta entonces, yo y mi vagina nos quedaremos en la habitación de invitados.

—No digas «vagina». —Harry mira el móvil—. Joder, me ha colgado.

—¿En serio?

—Dice que hizo un pacto con Dios y ahora tiene que donar mi dinero a la caridad. ¡Mi dinero! Y convierte cualquier cosa en una obra de caridad. Ahora mismo, quiere darle uno de mis Rolex a

Alfred. ¿Sabes cuánto le pago a ese viejo? Te aseguro que puede comprarse un puñetero Rolex tranquilamente.

—Pero ¿le ha dado el Rolex? Suspira.

—Seguramente.

Suelto una carcajada. Por mucho que detesto relacionarme con una chica como Peaches día sí y día también, no puedo negar que es perfecta para Harry. Necesitaba a alguien que le hiciera tener los pies en la tierra. Y ella necesitaba a alguien que la quisiera. Los dos podrían encarnar a los protagonistas de una de esas novelas románticas que se convierten en película sobre un chico que conoce a una chica y se enamoran a primera vista.

El coche se detiene ante el edificio de Harry. No tengo ganas de entretenerme mientras él se pasa los próximos cinco minutos discutiéndose con Peaches. Y la hora siguiente, con el polvo de reconciliación. Sin embargo, esta tarde tenemos que ocuparnos de cosas que no pueden esperar. De lo contrario, dejaría que subiera solo y yo ya me buscaría una mujer a quien cabrear para podérmela follar hasta que se olvide incluso de por qué se había enfadado.

—Le voy a pedir que se case conmigo.

Me quedo inmóvil con la mano en la puerta y Harry se saca algo del bolsillo. Cuando abre la cajita aterciopelada que tiene en la mano, me veo obligado a entrecerrar los ojos por la luz que se refleja en el pedrusco más grande que he visto en la vida. Levanto una ceja y lo miro a los ojos.

that man.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora