—¡Pea-ches-Peaches!
—¡Pea-ches-Peaches!
—¡Pea-ches-Peaches!
La multitud de gente congregada a mi alrededor corea mi nombre mientras yo estoy de pie en la barra de la discoteca más selecta de Chicago y hago el típico paso ochentero con el que bailas como si corrieses, sin moverte del sitio. Hago señas a Amber y a Mary, las dos hijas de Jim Canton, para que se unan a mí en la barra. Después, todos los que están en la pista de baile se suman. Y ahora toda la discoteca está haciendo el mismo paso de baile.
Al final, ha resultado que lo único que las hijas de Jim necesitaban para dejarse convencer y vender sus acciones era ver los números en claro. Cuando Harry le ha pasado el sobre que contenía su oferta por encima del mantel de lino a Amber, la hija mayor, esta ha abierto los ojos de par en par y ha empezado a gritar. Acto seguido, se lo ha enseñado a Mary, que también se ha puesto a chillar. Han necesitado unos minutos para que su padre las tranquilizara.
Todo el mundo nos estaba mirando. Ha sido raro. Y me he quedado desconsolada porque no he llegado a ver a cuánto llegaba la oferta. ¿Cuánto puede costar un sistema de riego?
Jim quería regresar a la habitación del hotel con Harry para reexaminar el papeleo antes de que todos firmaran y fuera oficial. Sus hijas querían ir a celebrarlo. Así que todos hemos regresado al hotel y ellos han subido a la habitación. Amber, Mary y yo, en cambio, nos hemos ido al bar del hotel.
A partir de ahí, las cosas se nos han ido un poco de las manos.
Harry, en un momento de entusiasmo inconsciente, ha cometido una estupidez: me ha dado su tarjeta de crédito y me ha dicho que esta noche invitaba él. También ha llamado a Cam y le ha dicho que viniera al bar del hotel para que nos «cuidara» y se asegurara de que no nos metíamos en problemas. Cuando las chicas le han dicho a Cam que querían salir de fiesta como se hace en Chicago, este les ha respondido que sabía exactamente a dónde ir.
Han pasado horas desde entonces. Ahora, estoy borracha.
Las hermanas están borrachas. Cam está tratando de pillar cacho.
Y Harry acaba de entrar por la puerta.
Traje negro. Pelo negro. Mandíbula cuadrada. Caminar arrogante. Ojos escrutadores. Busca. Evalúa. Se centra en los gritos. Va subiendo la mirada hasta posarla en mi rostro. Le regalo una sonrisa radiante, aunque casi espero que esté enfadado conmigo por... por algo. Porque haber emborrachado a las hermanas Canton y convencerlas de bailar en la barra de una discoteca me parece que es algo que no aprobaría.
Para mi sorpresa, sus labios se curvan en una sonrisa sexy. Trato de no perder el ritmo de la canción que suena: «Cake by the Ocean», de DNCE. Pero esa maldita cara de guapo que tiene sabe cómo volverme idiota.
El mismo hombre que nos ha tratado como si fuéramos de la familia real en cuanto le he enseñado la tarjeta American Express negra de Harry, se le acerca y le da la bienvenida. Al cabo de poco, acompañan a Harry hasta nuestro reservado VIP en la segunda planta. Desaparece unos segundos de mi vista y mi sonrisa flaquea. Vuelvo a sonreír cuando lo veo apoyado en la barandilla, con un vaso en la mano y enseguida me busca con los ojos.
«Tengo el poder de la criptonita, joder».
Levanto la vista y lo saludo con la mano. Él me devuelve el saludo moviendo los dedos y sonríe. Nunca lo he visto tan contento. Me pregunto si siempre está así cuando cierra un trato. O si solo se debe a este negocio en particular. Decido preguntárselo más tarde, cuando estemos solos. Quizá lo haga en esos momentos de modorra cuando estemos abrazados y en la gloria poscoital.