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—¿Qué me has hecho? ¿Has hecho como Bill Cosby?

Trato de liberar mi muñeca de la mano de Harry, pero él no me suelta. Me mira con los ojos entornados sin dejar de besarme los dedos. Me mordisquea las yemas. Hace que me derrita en los asientos traseros de este cochazo que conduce alguien que ni siquiera conozco.

—¿Qué?

—¡Que si me has drogado!

—No, Peaches. No te he drogado.

—Entonces, ¿me explicas cómo he conseguido dormir tan profundamente y durante todo el vuelo?

Se encoge de hombros.

—Supongo que estarías cansada.

—No estaba tan cansada.

—Entonces supongo que tienes muy poca tolerancia al alcohol. Que, ahora que lo pienso, sí que tienes muy poca tolerancia a las bebidas alcohólicas. Tendría que haberlo tenido en cuenta.

¿Me perdonas?

Finjo estar enfadada y le lanzo una mirada asesina.

—¿Cómo puedes querer que te perdone cuando no dejas de cagarla? Hoy ya es la segunda vez que me pides perdón. Estoy comenzando a ver un patrón de conducta. Así empiezan todas las relaciones que terminan con el hombre matando a la mujer. Empiezan tratándolas mal, luego siempre les piden perdón y esperan que ella los perdone de inmediato.

Harry sonríe sobre mis dedos.

—Vaya, ¿entonces opinas que estamos en una relación? Suelto una risotada.

—Eh... No. Pf. Obvio. Por favor. Dios.

«¡Mierda!».

—Me estoy quedando contigo, preciosa. No sabía que un vodka doble te iba a dejar inconsciente. De haberlo sabido, te prometo que a estas alturas lo habría aprovechado montones de veces.

Le pego en el brazo con el dorso de la mano. Harry sonríe y no puedo evitar hacer lo mismo.

—Bueno, pues no dejes que vuelva a pasar.

—Lo tendré en cuenta.

—Perfecto. Y ahora, dame de comer.

Se inclina hacia mí y me da un beso que noto hasta en la punta de los pies. Luego, sonríe, me guiña un ojo y me dice, solícito:

—Sí, señora.

* * *

La cafetería a la que me ha llevado Harry podría parecer una localización de La matanza de Texas, pero la comida es la mejor que he probado nunca. Y nunca he estado más agradecida por vestir unos pantalones elásticos de lo que lo estoy ahora.

—¿Ya puedo echarme una siesta? —pregunto, suelto un sonoro bostezo y me froto la barriga. Harry esboza una sonrisita.

—No. Hemos quedado con Jim y sus hijas en la planta donde fabrican el sistema de riego.

—¿Por qué? —Frunzo el ceño al darme cuenta de que sé muy poco respecto a este viaje. Harry me pidió que lo acompañara, respondí que sí. Punto final.

«Soy una facilona».

—Porque todavía no la he visitado. Y sus trabajadores se han convertido en mis trabajadores.

Así que me gustaría conocerlos.

Vuelvo a bostezar.

—Pero estoy muuuy cansada...

that man.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora