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—Peaches.

La grave voz que me llama no es la de Emily. La manaza que me zarandea el hombro tampoco es la suya.

Empiezo a recordar.

La caca de perro ardiendo. La cárcel.

Harry.

La fiesta. El sexo.

«Mmm... El sexo».

—Peaches, levanta.

Gruño y me tapo la cabeza con la manta.

—Déjame.

Se oye un suspiro fuerte y exagerado.

—Cam, haz algo. Silencio.

Más silencio.

Ahora me pica la curiosidad.

Me doy la vuelta y me asomo por encima de la manta y veo a Cam sentado en el otomano a poco más de medio metro. Sonríe.

—Buenos días, princesa. Tienes una pinta horrorosa. Y él es la perfección personificada con traje.

—Es domingo. ¿Por qué vas vestido así?

—Porque estoy trabajando. Echo un vistazo al salón.

—¿Trabajas aquí?

—Sí.

—¿En casa de Harry?

—Cuando es necesario. —Levanta una taza humeante—. ¿Quieres café?

—Por la tarde, prefiero una botella de Mountain Dew. —Miro por el ventanal. Hace un día tan gris como el de ayer—. Porque es por la tarde, ¿verdad?

—Son las ocho de la mañana.

Soy incapaz de mantener un tono neutro:

—Entonces, ¿por qué me despiertas?

—Porque me lo han ordenado.

—Trabajas para Harry, ¿no? Me da un pellizco en la nariz.

—Si es que lo sabes todo. Venga, levántate. Te lo digo en serio. Me embarga una oleada de tristeza.

—¿Me llevas a casa?

—¿Qué hace todavía en el sofá? —La voz atronadora de Harry me hace girar la cabeza. Está recién duchado y lleva tejanos y un jersey. Se acerca con grandes zancadas y se sienta en la silla. Madre mía, qué guapo está esta mañana. Siento un cosquilleo en los muslos cuando recuerdo lo guapo que estaba ayer por la noche.

Echo un vistazo al ventanal. En el punto exacto donde se arrodilló. Por el rabillo del ojo, veo que su mirada sigue la mía. Lo estoy observando cuando se gira.

Esboza una sonrisa de suficiencia.

—Las cosas que hace uno cuando está borracho.

«Au».

Seguramente no me dolería tanto si no me hubiera hecho evocar el resto de lo que pasó ayer por la noche. Lo que llevo toda la mañana tratando de olvidar. En la fiesta, surgió algo entre nosotros. Me dijo que era la mujer más guapa de todo Chicago. Bailamos juntos. Me agarró de la mano durante la mayor parte de la velada.

Luego vinimos al ático. Y me folló como nunca me han follado en la vida. Me besó donde no me han besado en la vida. Me dijo cosas que me hicieron sentir que yo significaba algo para él. No soy tan imbécil ni tan ingenua como para creer que va a enamorarse perdidamente de mí ni que la noche de ayer fue el comienzo de nuestro «fueron felices para siempre». Pero esperaba más de él que esto: dejarme tirada en el sofá, sola.

that man.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora