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Nunca me habían echado un polvo con rabia.

Pero me ha gustado.

Sigo contra la pared. Y lo tengo dentro. Estoy segura de que el buen rabo que tiene también se ha desahogado, pero por más que lo intento, soy incapaz de recordar cuándo ha ocurrido ni qué ha ocurrido. Estaba demasiado ocupada tratando de no ir hacia la luz durante mi propio orgasmo.

Creo que nunca había estado tan cerca de llegar a Dios.

Retiro los brazos de su cuello y dejo que mis piernas resbalen por las suyas hasta que acabo de pie. Aunque me siento como si estuviera flotando cuando veo cómo me analiza el rostro mientras me acaricia la frente con las yemas de los dedos. Me coloca el pelo detrás de la oreja. Me roza la sien con el pulgar.

La atmósfera se rompe cuando el teléfono del escritorio empieza a sonar. Harry no parece darse cuenta al principio. O quizá es que no le importa. Sin embargo, luego suena el móvil que tiene en el bolsillo trasero con una notificación y cierra los ojos. Inspira hondo y yo hago lo propio.

—Seguramente es Uber Eats —susurro. Abre un ojo y me sonríe con complicidad.

—¿Otra vez?

—Sí. Tengo hambre. Lo he encargado con tu móvil. ¿Pasa algo? Pone los ojos en blanco.

—Claro que no. —Vuelve a sonar el teléfono del escritorio—. Tengo que responder — refunfuña con tono de disculpa.

—Vale. Yo iré a buscar el pedido de Uber Eats.

—¿Quieres que le diga a Vance que lo suba? Niego con la cabeza.

—No, ya bajo yo. Me irá bien airearme. —Sonrío—. Además, si es el capullo de antes, voy a decirle que mi marido grandullón y malote le va a poner una mala reseña.

Harry frunce el ceño. El teléfono no para de sonar, pero los dos hacemos caso omiso.

—¿Tu marido?

—Ajá. El conductor del Uber cree que estamos casados. Incluso me ha llamado «señora Styles».

Suelta una carcajada con la que echa la cabeza hacia atrás. Cuando me mira a los ojos, le refulgen, divertidos.

—Bueno, pues los Styles somos conocidos por nuestra puntualidad. Así que será mejor que bajes ya, esposa. Tenemos una reputación que mantener. —Me guiña el ojo con aire juguetón. Aunque él no lo sabe, yo ya estoy planeando nuestra boda. Le he puesto nombre a nuestros hijos. Nos imagino a los dos persiguiéndolos por el parque, donde podemos estar sin miedo de pisar un montón de caca de perro.

Hace morritos y se inclina para darme un beso en la boca mientras se abrocha los pantalones. Se aleja y descuelga el puñetero teléfono del escritorio. Cuando responde, usa un tono controlado. Frío y serio. A mí me cuesta un poco más recuperarme y encontrar la ropa.

Después de localizar todas las prendas y vestirme, salgo del ático con una sonrisa distraída en los labios que me dura desde que me ha besado. El ascensor llega por fin y entro flotando y me coloco en mi rincón.

Tarareo la canción de siempre y sonrío aún más. Estoy feliz. Siento un hormigueo por todo el cuerpo.

«¿A quién demonios pretendo engañar?». Estoy enamorada hasta las trancas.

El ascensor se detiene antes de lo esperado. No importa, seguramente me ha parecido más rápido de lo normal porque estaba distraída. O quizá es porque ya me he acostumbrado al viaje. No obstante, cuando abro los ojos y me separo de la esquina, la luz es distinta. Es de un amarillo apagado en vez de un blanco tenue.

that man.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora