No tienen alitas de pollo.
No tienen salchichitas de Frankfurt. No tienen bolitas de queso.
No tienen patatas chips ni salsas para mojar. No tienen nada envuelto en beicon.
«¿Qué mierda de fiesta es esta?».
Un camarero coloca una bandeja de entremeses sofisticados sobre la mesa. La agarro a toda velocidad y me voy derechita a la cocina por la que hemos entrado Harry y yo. El chico que tanto asentía no está. Sin embargo, recuerdo la puerta que ha atravesado antes, continúo por allí y termino en un saloncito para los trabajadores.
Me siento en un banco y me coloco la bandeja de entremeses en el regazo. Arrugo la nariz al ver las rodajas de pepino con un montón de una pasta blanca coronada con algún tipo de virutas de carne cruda y unas hojitas de césped.
Qué asco.
—Buenas noches, señorita Hart.
Levanto la cabeza de golpe y me encuentro al abuelo mirándome. «Perfecto». Otra persona a quien no quería ver. No estoy de humor ahora, joder.
—Vaya, si es el yayo Styles. ¿Qué haces aquí?
—Es mi fiesta, Peaches. ¿Por qué no iba a estar aquí?
—Cierto, deja que lo reformule: ¿qué te trae por la zona del servicio?
—Creía que Harry no te pagaba.
—Y no lo hace. Cuando he dicho servicio me refería al personal de cocina. Tampoco es que importe. No me vas a creer de todas formas.
Me observa con atención unos instantes. Le sostengo la mirada. Aunque en realidad quiero desviarla porque tiene unos ojos superintimidantes.
—No te pareces en nada a las otras mujeres que han venido. Lo obsequio con una sonrisa falsa de oreja a oreja.
—Vaya, gracias a Dios.
—¿No te gustan?
—¿Pero tú las has visto? Además, creía que esperabas a alguien distinto. Y por eso estabas
convencido de que Harry había pagado un dineral por mí.
Se le arrugan los ojos como si fuera a sonreír, pero no lo hace. Baja la vista a la bandeja que tengo en las manos y que aún no he tocado.
—¿No te gusta la comida?
Esta vez, soy yo quien lo observo.
—No estoy segura de si quieres oír lo que pueda decirte o si realmente me estás preguntando todo esto porque no sabes qué te voy a contestar.
—Me gusta oír lo que piensas.
—¿Estás seguro? Porque quizá no te guste oírlo.
—Ah, sí, estoy seguro. Por favor, no te cortes.
«Vamos allá, carcamal».
Inspiro y me recuesto sobre la pared.
—Ayer pasé la noche en la cárcel. No he dormido nada. Lo que se suponía que iba a ser un día relajante en un spa se ha convertido en una tarde en el infierno. Me han clavado cosas, me han emperifollado, me han arrancado la piel y me han depilado con cera partes del cuerpo en las que no sabía ni que tuviera pelo. Me duelen los pies. Este vestido es incómodo. Todo el mundo me mira como si fuera una puta. Harry es un imbécil. Igual que sus amigos. Tengo un hambre que me muero. Y esta mierda parece el vómito de un vegano.
—Interesante... Pero solo te he preguntado por la comida.
—Y yo solo quería alitas de pollo. Y lo que he conseguido ha sido esta porquería y una conversación contigo. Así que se podría decir que los dos hemos recibido más de lo que esperábamos.