Te podría decir que solo de verlo se me han puesto los pezones duros.
Se me han contraído los muslos. El corazón se me ha partido.
Y ahí abajo estoy empapada.
Sin embargo, no hay ninguna necesidad.
Porque en cuanto ves a este hombre, te pasa lo mismo seguro.
«Ahora es cuando suena una música de retirada». Quizá algo de The Weekend. O la banda sonora de Tiburón.
Y aquí, con un metro ochenta y ocho centímetros, ciento cuatro kilos, vestido con traje de Armani y una mirada que me mataría si fuera letal, tenemos a...
«Mierda».
—¿Eres el señor Styles?
Se pone las manos en las caderas.
—Sí. Soy Harry Styles. ¿Quién cojones eres tú? ¿Y qué demonios haces en mi casa?
—Un momentito. —Levanto el dedo y me dejo caer de nuevo en el sofá, sin aliento.
«Harry, Harry Styles». Más sexy ya no puede ser.
—¿Perdona? —«La madre, si es que es incluso más sexy cuando está confundido».
—Solo... Solo necesito un momentito para la cabeza. Es algo que hacemos los escritores. No lo entenderías.
Hago caso omiso de su incredulidad. Paso por alto su enfado. Ignoro toda lógica. ¿Cómo no lo iba a hacer en un momento así?
Ante mí se alza un hombre con el pelo despeinado y del color del carbón. Ya sabes, de ese tipo de pelo por el que se pasa la mano. El tipo de pelo que agarras con fuerza cuando él te chupa ahí abajo.
Sus mandíbulas tienen todas esas características para las que los escritores usan expresiones como marcadas, fuertes, cuadradas, salpicadas de pelos como si llevara una barba de tres días, para describirlas.
Tiene los mismos labios que Tom Hardy.
Tiene una nariz indescriptible porque ¿cómo diantres se describe una nariz sexy?
¿Y esos ojos? Azules como el océano, tal vez. No los veo bien. Y los tiene entrecerrados debido a... ¿La curiosidad? ¿El deseo? Seguramente sea la ira...
Bajo los ojos. Me fijo en el hoyuelo que tiene en la barbilla. Sigo por la nuez, que sobresale levemente cuando traga. Sigo por el poco pecho que queda al descubierto en la abertura del cuello de la camisa blanca.
El traje oscuro le abraza los largos brazos. Resigo con los ojos sus hombros hasta las muñecas. «Qué cabrón, lleva gemelos». Y un cinturón. Por encima, se adivina una barriga plana y musculosa. Por debajo, se adivina un buen paquete.
Tiene las piernas largas. Los muslos definidos.
Las zapatos brillantes.
Te lo puedes imaginar. Pero, por si acaso, te diré que Harry Styles está buenísimo de cojones.
Y cabreado de lo lindo.
—¿Quién coño eres?
Me saco la tontería de encima y me pongo de pie enseguida. La caja de pizza a medias me resbala del regazo y cae al suelo boca arriba, junto a las servilletas sucias y la botella de dos litros de Dr. Pepper.
Estoy de pie ante él y un escalofrío de miedo ante la ira silenciosa que irradia me recorre la columna. Quiero desaparecer dentro de mi cerebro de escritora. Salir corriendo de la realidad y construir el mundo de ficción perfecto en el que se convierte en ese chico y yo, en la protagonista de su vida. Pero es imposible escapar de su escrutinio.