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—Oh, qué ricura.

Harry gruñe y yo entreabro un ojo y descubro que Cam está despatarrado a los pies de la cama, sonriéndonos. Le devuelvo la sonrisa porque... Joder, porque soy feliz. En plan... Como si ni siquiera supiera qué era la felicidad hasta que conocí a Harry Styles, que se incorpora de golpe y me mira para asegurarse de que estoy a resguardo de la mirada indiscreta de Cam.

Me invade un calorcillo.

—¿Cómo demonio has entrado? —refunfuña Harry y se deja caer sobre la almohada y me agarra con más fuerza.

—Tengo mis métodos.

—Querrás decir que te has camelado a la gobernanta para que te dejara entrar.

—Exactamente. —Cam me hace cosquillas en los pies y los aparto de una patada de tal forma que le clavo el talón a Harry en la espinilla.

—Me cago en la leche... Cam, vete para que podamos levantarnos.

—Querrás decir para que Peaches pueda levantarse sin que yo la vea desnuda.

—Exactamente. —Harry le asesta un puntapié pero antes de alcanzar la entrepierna de Cam, este se mueve y sale de la habitación silbando una cancioncilla, como si fuera la persona más feliz del planeta.

Pero no lo es. Yo lo soy.

De hecho, me da pena cualquier persona que se haya despertado hoy y no sea yo. De verdad te lo digo. Me sabe mal por ti.

—Lo siento, cielo. —Harry me planta un beso en el hombro que me provoca una explosión de fuegos artificiales en el pecho. Y en la entrepierna. Me giro y me acurruco junto a él. Harry entierra la nariz entre mis rizos e inspira hondo—. Qué bien te huele el pelo.

—Pues no me huelas el aliento. Noto cómo sonríe.

—Supongo que no hay beso de buenos días, entonces.

—Ni de coña. Al menos hasta que me haya cepillado los dientes. Me da unas palmaditas en el culo.

—Pues ve a cepillarte los dientes, preciosa. Le diré a Cam que nos pida algo del servicio de

habitaciones.

Salgo de la cama y me dirijo suavemente hacia el cuarto de baño.

—Por cierto, ¿qué hace él aquí? —pregunto, sin volver la cabeza.

—Tenemos una teleconferencia con un distribuidor del extranjero a las nueve de la mañana.

—¿Y no podía hacerlo desde Chicago?

—Sí, pero Cam nunca opta por lo fácil.

Dejo de cepillarme los dientes cuando entra en el baño. Se pasa la mano por su erección matutina y me guiña un ojo. Entonces, me regala el espectáculo de ver su culo tonificado cuando se dirige al retrete.

Está meando.

Yo me estoy lavando los dientes. Debería ser raro, ¿verdad?

Pero no lo es.

—¿Cam es tu ayudante? Harry suelta una risotada.

—Pregúntaselo a él.

Me lo apunto mentalmente y luego me enjuago la boca. Me limpio la cara. Me envuelvo con el albornoz del hotel que creo que voy a robar. Cuando me vuelvo, Harry sigue ahí, y me agarra la cara con las manos. Me besa la cabeza. Los labios. Se aparta y doy gracias porque no ha intentado meterme la lengua hasta la garganta. Porque él todavía no se ha lavado los dientes. Y por la mañana tengo un estómago delicado.

that man.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora