Elsa se despertó esa mañana, con la mente llena de humo y los párpados pesados, pero el corazón más ligero, por haber renunciado a la sensación de estar sola en el mundo. Finalmente, después de todos estos años de vagabundeo de estalactitas, la conciencia de la reina se permitió acariciar la idea de que quizás su alma no estaba en condiciones de ser arrojada al infierno, que era posible que pudiera ser perdonada. Que después de todo, ya no estaba sola. Que tenía derecho a equivocarse, ya que alguien estaría allí para rectificarla, defenderla o justificarla.
Por un momento, la rubia simplemente permaneció estirada, bajo la pesada manta que Mak le había puesto antes de acostarse. Demasiadas veces, Elsa había podido escuchar sus frenéticos gemidos desaparecer en sus respiraciones de dolor. La soberana había adivinado fácilmente que sería así cada vez que Mak bajara la guardia ante su lobo interior. Durante toda la noche, Mak no pudo evitar gruñir, tratar de morder el brazo de sus enemigos imaginarios, y finalmente se puso de pie, con sudores fríos corriendo por su columna y con el alma torturada. Elsa no había intervenido en nada, solo abrió un ojo protector para asegurarse de que todo estaba bien, y se había vuelto a dormir cuando escuchó la respiración de la ladrona cambiar.
–"¿Dormiste bien, alteza?"– Preguntó Mak, con una sonrisa burlona en su rostro.
Elsa sonrió a través de las burbujas de su sueño y el corazón de la mujer lobo dio un vuelco. Nunca antes la había visto sonreír con sinceridad, le sentaba bien. Quizás demasiado bien.
–"No necesitas llamarme por mi título."–
–"Parece que te va mejor. Hoy hace menos frío."– Mak anunció sabiendo que este clima catastrófico estaba relacionado con los estados de ánimo de la reina.
***
Mak se encargó de deshacer el campamento meticulosamente y, finalmente, con un gesto esbelto, se echó la bolsa de cuero al hombro.
–"En Princess Road, hay un pueblo a unas horas de aquí, me gustaría estar allí antes de que oscurezca."–
Las dos mujeres caminaron y volvieron a caminar, con los pies en la nieve y los ojos clavados en el horizonte, mucho más visible en este hermoso día. Elsa se encontró disfrutando del sol, ella que solo lo había vislumbrado en los últimos años. El viaje fue largo y doloroso para la reina, bastante acostumbrada al lujo de su castillo. Elsa se preguntó cómo se las arregló Mak para caminar tanto tiempo sin inmutarse, sin siquiera respirar. La ladrona, de alma compasiva, se permitió más descansos que si hubiera viajado sola, sabiendo que la rubia no seguiría su paso.
–"Cuéntame lo que sabes sobre gente como yo."– Pidió de repente la soberana, continuando su camino, con los brazos cruzados sobre el pecho.
Mak sonrió, su instinto le había susurrado que esta petición llegaría tarde o temprano.
–"Los Fieles."–
–"¿Perdón?"– Preguntó Elsa, frunciendo el ceño.
–"Así se llaman. Hace mucho tiempo, mucho antes de que existiéramos, el mundo no estaba dividido por fronteras, sino por clanes. En el norte, como tú, los hijos del hielo. En el sur, en los desiertos, los hijos de arena. Al oeste, en medio de volcanes, los hijos del fuego. Al este, con vistas a las montañas, el hijo del viento. Y en medio de todo este hermoso lío, el Clan del Lobo.
–"Tu clan..."– Elsa suspiró sin que Mak le prestara atención.
–"Poco a poco, cada jefe de cada clan quiso conquistar, imponer su ley, es decir, la del más fuerte. Por supuesto, nadie lo dejó pasar, por lo que mi pueblo, que alguna vez fue poderoso y noble, rápidamente se vio envuelto en una guerra sin piedad, donde el único objetivo era matar para gobernar más. Los lobos, incomprendidos, inquietantes, cazados por su piel, su tierra y por lo que traían al mercado negro, lucharon, perdieron tres cuartas partes de su población, y finalmente, se vieron obligados a huir a los bosques del medio, para esperar sobrevivir allí."–