Harry deja un rastro de besos que van desde el lóbulo de mi oreja hasta el final de mi cuello. Deteniéndose en las finas hendiduras de mi clavícula, vuelve a subir hasta que las puntas de nuestras narices se rozan. Sus ojos y los míos pierden su color por la dilatación negras de las pupilas y mi corazón late tan fuerte que temo que pueda escucharlo por encima de su respiración acelerada.
Pero entonces me sonríe y entiendo que está todo bien.
Sus manos viajan a mi cintura al mismo tiempo en que yo encajo las mías detrás en su nuca. Me siento abrumada por la proximidad de nuestros cuerpos, el calor que emana de él a medida que sus brazos se enrollan en mí. Cada nervio de mi cuerpo crepita como si estuviera conectada directamente a una fuente de energía nuclear. Estamos hechos de voltios, electricidad corre por nuestras venas.
Su respiración en el espacio de mi cuello donde está probando mi piel se siente como fuego y lejos de querer que pare, dejo caer la cabeza hacia atrás para darle mejor acceso.
De pronto se detiene. Regreso mis ojos a él, quien ya me espera con una mirada suave y tristona.
—Bésame—le pido.
Harry acaricia mi mejilla con su pulgar pero no lo siento. El calor se transforma y no es siquiera frío...simplemente es nada.
Me despierto en el siguiente latido.
Imagen: vacío.
Respiro pesadamente y me llevo las manos a la cara para intentar minimizar el golpe de la realidad. Mi habitación está oscura y estoy sola, intento recuperar el aliento. En la pantalla de mi teléfono el reloj marca las dos y cuarenta de la mañana.
Ya vuelta en mí, me abrazo a una almohada e intento volver a dormir, pero, como es de esperarse, no lo consigo.
Me aferro a ese sueño y lo repaso en mi cabeza por miedo a que se desintegre entre mis manos. Los brazos de Harry alrededor de mi cintura, la sensación de tenerlo tan cerca, de poder sentir la firmeza de sus hombros debajo de mi tacto.
Sus labios, su aliento sobre mi piel. Dios.
Fue solo un sueño: La promesa nunca cumplida de tenerlo entre mis brazos.
Salgo de la cama y de mi habitación. Al final del pasillo está Harry, de espaldas a mí, leyendo las páginas de un libro de poesía que he colgado para él.
—¿Harry? —le llamo en un susurro. Me siento en extremo vulnerable.
Se gira, sorprendido, y da dos pasos hacia mí.
—¿Estás bien? —pregunta con desconcierto, pero yo no quiero hablar.
Solo lo quiero a él, así que me limito preguntar—: ¿Puedes dormir conmigo?
Harry me mira como queriendo adivinar qué es lo me ha llevado a preguntarle eso a mitad de la madrugada, sobretodo porque sigo con la almohada abrazada al pecho.
Después asiente—. Vale.
Me sigue de vuelta a mi recamara y en la cama nos tumbamos de costado como dos paréntesis que abarcan planos existenciales distintos. Él por encima de las cobijas y yo debajo de ellas, extiendo la mano hasta el medio de los dos. Nunca antes habíamos hecho esto, yacer así juntos. Sin embargo, resulta muy reconfortante tenerlo frente a mí, sobretodo cuando él coloca tan cerca como se puede su mano sobre la mía.
Estoy consciente de que él no va a dormir, pero con suerte se quedará hasta que yo consiga hacerlo.
—Estoy aquí—dice con delicadeza—. Ya puedes descansar, Laurel, estoy aquí.
Y yo respiro un poco mejor.