Ha estado lloviendo todo el día.
Abrazo la taza de té con las yemas de mis dedos y dejo que el calor me atraviese la piel. Tengo la tentación de soplar antes de beber, pero me contengo. Dejo que el líquido hirviendo corra por mi cuerpo, abrazando mi garganta con llamas rojas. Está bien, no pasa nada. Puedo lidiar con esto, no son más que quemaduras leves. Sobreviviré.
Harry habla a mi espalda.
—Es domingo. Estará allí.
Doy otro trago para evitar decir algo. Mi lengua está hormigueando.
Finalmente, asiento con la vista puesta en la ventana.
—Vamos, entonces.
No quiso escribirle una carta. Dijo que quiere hablarle directamente, porque todavía no tiene idea de qué va a decirle. Dijo que, como a Gemma, no quiere atar a su madre a ninguna palabra escrita. Quiere pedir disculpas, verla de nuevo, y dejar que siga con su vida.
Imagen: llave de todas las cerraduras.
Dejo la taza sobre la pequeñita mesa de noche y me echo un último vistazo en el espejo.
—Laurel—le habla a mi reflejo—. Eres la chica más guapa del universo.
No está intentando ser encantador. No está intentando hacer que me sonroje. No lo hace para fastidiarme.
Lo dice como una observación, una verdad obvia e irrefutable.
—No te he dado las gracias.
Frunzo el ceño y me giro, dándole la espalda a nuestro reflejo.
—No tienes por qué, sabes que siempre he estado dispuesta a ayudarte. Me gusta que por fin encontráramos la forma de hacerlo.
—Sí, por esto también—sonríe cabizbajo—...pero lo digo por lo que me contaste ayer. No tienes idea de lo que significa que confies en mi.
Sacudo la cabeza—. No quiero hablar de eso.
—Naturalmente—hace ademán de cogerme del brazo pero se detiene cuando se da cuenta de que no es posible—, pero no quiero que me castigues por haberme contado algo.
—¿A qué te refieres?
—No te alejes porque me contaste algo personal. No decidas que ahora es raro entre los dos.
Intento disimular que estoy al borde de las lágrimas con un comentario ácido—. Todo siempre es raro entre los dos.
—Lo digo en serio, Laurel.
Suspiro.
—Es difícil para mí hablar de estas cosas—susurro no porque quiera, sino porque es la única forma en la que consigo hablar sin que mi voz se rompa.
—Es difícil para mí estar tan cerca y no poder tocarte. No poder sostenerte justo ahora e intentar hacerte entender que nada de lo que pasó fue tu culpa.
Pienso que si en cualquier otra circunstancia un chico me dijera este tipo de cosas me daría más risa que nada. Incluso me incomodaría. Pero es Harry, y soy yo. Y no tenemos más que palabras para intentar salvar esta distancia que nos separa.
Aunque, pensándolo bien, Harry podría decirme cualquier tipo de cosas y nunca me parecía raro. Tiene un timbre de voz en donde no hay espacio para la incomodidad, todo lo contrario. Una vez que te habla solo quieres que te siga hablando por el resto de tus días.
Mi corazón se comprime.
—No es tu culpa—vuelve a repetir, más cerca. Agacho la cabeza con la vista fija en sus zapatos. Él tiene la cabeza inclinada hacia mi, nuestras frentes casi chocando en un intento de conectar con mis ojos.