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Me drogaron en el avión. Eso es.

Habrán puesto algo en la comida, no sé. Ya ven en torno a qué giran todas esas críticas a la comida de avión. Es porque envenenan a sus pasajeros. Algún provecho le sacarán. A lo mejor así es como transportan la droga de país a país. Eso es lo que no te cuentan en todos esos programas de aeropuertos de Discovery. Olvídate de la maleta con doble fondo de cocaína o la mujer con el forro de droga en la vagina. Aquí el verdadero truco ganador: disolverla en la comida de pasajeras inocentes que solo quieren empezar de nuevo.

Me pregunto cuanto tiempo ocurrirá antes de que el jefe del cartel irrumpa en mi apartamento y me asesine para extraer la droga de mí.

Espero que sea pronto. No puedo seguir viendo a este sujeto.

Van cuatro días desde que llegué. Cuatro días desde mi incidente con la policía y cuatro días desde que he sido acosada por una alucinación.

Justo después de que el oficial Bigotón se marchó supe que algo no andaba bien. Las nauseas me atacaron casi al instante, igual que los mareos. Ojos Verdes quedó horrorizado cuando salí corriendo al baño a vomitarlo todo. Tenía que tener razón. Estaba drogada.

Alguien me drogó en el camino a casa y ahora yo estaba perdiendo la cordura.

―Por Dios, te lo estás imaginando todo―dijo aquel sujeto terrible mientras yo googleaba los síntomas de la sobredosis―. No estás drogada, créeme.

―Lo único imaginario eres tú.

Esa misma noche fui al hospital y le dije al primer hombre en bata que creía estar drogada. Según él y sus exámenes, no lo estaba. Tonterías, yo estaba hasta el techo.

O quizás solo estaba cansada. Eso a veces pasa, lo leí en mi móvil mientras estaba en la sala de espera. Le llaman síndrome de la desorientación, les sucede a las personas cuando viajan durante horas y cambian de zona horaria. Intento no pensar en que mi vuelo fue de tan solo tres horas. Como fuera, seguramente también podría haberme afectado el síndrome a mí, al fin y al cabo, era la primera vez que viajaba en avión.

―Estás bien, Laurel―me susurré mientras caminaba de vuelta a casa―. Sólo estás cansada. Ha sido toda una mala confusión. Llegarás a casa y verás que no hay nada. Sólo necesitas descansar.

A penas abrí la puerta, Ojos Verdes, que había estado estirado sobre mi sillón embalado, se levantó y vino a mi encuentro.

―Mira quién no está muriendo de sobredosis.

Lo ignoré. Fui al baño y vomité un poco más.

Retomé la idea de las drogas. Seguramente el jefe de cartel estaba buscándome como loca. ¿Cómo podré contactarme yo con él y hacer esto más sencillo?

Esa noche no pude dormir. Me pasé todo el rato leyendo artículos sobre las alucinaciones y las drogas. Nada tenía sentido. Volví a buscar el síndrome de la desorientación y encontré otra cosa. Había otro. El síndrome de la añoranza por el hogar.

Eso es.

Tenía todo el sentido del mundo.

¡Extrañaba casa! Eso era todo. Teniendo en cuenta de que nunca en mis veintidós años me había separado de mi hermana, todo esto era más que entendible. En una ciudad distinta, con un apartamento para mi sola. Era normal que estuviera viendo cosas donde no las había.

Cogí el teléfono y llamé a mi hermana.

¿Laurel? ¿Estás bien? ―su voz ronca me respondió al segundo timbrazo y sólo ahí reparé en la hora.

Antes de irme [HS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora