Harry es como un niño pequeño.
Tan pronto como pusimos un pie fuera del pequeño edificio corrió hacia el otro extremo de la calle con los brazos alzados al aire.
O al menos, eso intentó. Descubrimos que no puede dar demasiados pasos lejos de mí. Así que estamos, como, atados o algo.
Es raro.
No dejó que eso lo desanimará, sin embargo. En su rostro baila una sonrisa brillante y sus ojos escanean nuestro alrededor como quien ve la vida por primera vez. De haber podido, estoy segura de que me habría tomado de la mano y me habría jalado para meterme prisa como un chiquillo que busca atrapar la atención de alguien.
Pero hay un fantasma a mi lado y estoy intentando hacerle creer a todos que yo tampoco lo veo.
Así que mantengo el paso ligero y la vista al frente. Al principio, él no dice nada particularmente dirigido a mí. Hace comentarios en voz alta que reflejan, una vez más, lo extasiado que se encuentra por estar afuera. Señala locales, aplaude cuando ve dos chicos en bicicleta y se ríe cuando ve al perro que intenta alcanzarlos.
La verdad es que yo también podría estar reaccionando del mismo modo. Este pequeño pueblo parece sacado de una revista vintage de la vieja Italia. Al principio me preocupaba estar mudándome a un terrorífico pueblo perdido entre la niebla, pero esto no es más que una pequeña viña escondida entre las montañas.
―¿A dónde vamos primero? ―Harry pregunta a mi lado mientras ambos seguimos maravillándonos con el espacio―.¿Qué quieres hacer primero?
Miro a mi alrededor y las personas caminan por todas partes. El cálido bullicio me dice que, aunque no es un lugar sobrecargado de habitantes, las calles son vivas y también la gente.
Y en serio no quiero que piensen que estoy tan loca como en realidad estoy.
Saco mi teléfono del bolsillo delantero de mi chaqueta y me lo llevo al oído. Él se extraña por un segundo pero luego asiente, entendiendo.
―Oh, claro. No pensé en eso.
―Tengo que comprar pintura para las paredes. Y también necesito hacer la compra. ¿Hay supermercados cercas?
―Sí, hay uno a unas cuantas calles―señala―. Aunque no es tan súper, es más bien mini. Espera, acabo de entender algo. Antes creía que todos eran lo mismo, que no importaba si decías mini o super, igual te referías al mismo lugar―arrugo la cara, ¿y ahora de qué está hablando? ―. Pero cuando lo dices en voz alta te das cuenta de que hay una diferencia.
―¿Harry?
―Un supermercado no es lo mismo que un minimercado ¿a que sí? Es distinto, y no puedes ignorar la diferencia.
―¿No?
―Piénsalo. Si fueras a comprar comida para un batallón, no puedes ir a un minimercado. Tienes que ir a uno grande, a un supermercado―dice obvio―. Pero si vas a hacer la compra para uno, no necesitas ir a un lugar tan grande. Puedes obtener todo lo que necesitas en un minimercado.
―Vale―alargo la a. Este chico es rarísimo.
―Los prefijos son importantes, Laurel. El mundo es increíble.
Y yo dejo que siga analizando cada palabra que se le ocurre mientras caminamos al súper. Mini. Lo que sea.
Un señor me sonríe tras una caja registradora y yo le sonrío de vuelta. Esto jamás pasa en la gran ciudad. Ahí todos corren y se mueven tan rápido que apenas si se detienen a verse las caras.