Dejamos la habitación de hotel y no puedo sacudirme esta sensación de estar olvidando algo.
—¿Lista para volver? —pregunta, viéndome vacilar. Reviso mi mochila por milésima vez para verificar que mi teléfono está allí.
—¿Lo estás tú?
—Hm, no estoy seguro. Pero quiero me entusiasma volver a casa.
—Creí que aquí estaba tu casa.
—No, Laurel, eso cambió hace tiempo.
—¿Cuándo moriste?
—Cuando te conocí. Tú eres mi casa. A dónde sea que vayas, iré.
Ignoro la sacudida en mi pecho.
—Porque no tienes otra opción.
—Porque no quiero tenerla—responde sin vacilar—. Si pudiera escoger entre todos los lugares del mundo, escogería donde quiera que tú estuvieras, sólo porque estás tú.
Imagen: chico con una puerta abierta hacia su corazón.
Nos quedamos viendo por un largo rato. Pienso que es un modo de comunicación, entre nosotros dos, sólo mirarnos en silencio por tiempo indefinido.
—Andando—le sonrío—, antes de que empiece a vomitarte mis sentimientos.
Se ríe, y caminamos rumbo a recepción.
Después de que entrego mi llave salimos del hotel. Con Harry a mi lado y mi mochila sobre los hombros, voy dejando ciertas partes de mí con la certeza de que no volverán nunca más.
Le hablé sobre mis padres. Le conté cosas que nunca le he dicho a nadie más. Y aunque eso no cambia nada, al mismo tiempo lo cambia todo. Me siento al menos diez toneladas más ligera. Mi corazón seguirá gris en los espacios que ya no tienen reparación, pero Harry ha logrado colorear algunas partes con sus pinceles mágicos.
Imagen: chica prismacolor.
Pero, ¿qué hay de él? ¿Sus cicatrices estarán mejor ahora que hemos intentado limpiar la herida? ¿Habrá esto apaciguado la tormenta que tenía atragantada en el pecho desde hace muchísimo tiempo? ¿Estará decepcionado de que se haya acabado?
¿Está bien?
Bueno, n. Harry nunca lo está. Pero...¿está mejor, ahora que le ha dado un tipo de cierre a sus seres queridos? ¿Hice bien mi trabajo?
Empiezo a sentirme inquieta. ¿Qué está pasando por su cabeza? ¿Por qué no está hablando?
Me giro para verlo, pero antes de que pueda hablar él sugiere primero:
—Nuestro tren no sale hasta dentro de tres horas. ¿Quieres comerte un helado?
Asiento, medio aturdida. La rapidez de mi ansiedad con frecuencia no está al tanto de la situación real en la que vivo.
—Ven, conozco un lugar.
Y así pasamos las siguientes dos horas, vagando por su ciudad mientras yo me como un helado de fresa. Él me señala espacios en los que paseaba en bicicleta con Liam, donde acompañaba a Gemma a arreglarse las uñas y donde su madre lo arrastraba cuando necesitaba ayuda con las compras. Me habla de la vez que intentó aprender a andar en patineta y se raspó la rodilla.
—Tuve que aguantarme las ganas de llorar porque estaba con un montón de tipos cool—confiesa—, pero la verdad es que sí me dolió mucho.
Pasamos en frente de una tienda de animales donde tuvo que trabajar un verano. No porque lo necesitara, pero su padre quería que aprendiera algo de responsabilidad.