Desde hace una semana que Harry y yo no nos hablamos. Después de aquella noche ni siquiera puedo mirarle a los ojos, y es que la vergüenza y el dolor pesan de tal manera en mi cabeza que no puedo levantarla al caminar.
Harry me lo ha puesto sencillo, de cualquier forma, porque me ignora a tal punto que empiezo a cuestionarme si la invisible soy yo.
Imagen: chica pintada en gris.
Después de todas las cosas horribles que dije, respeto su distancia y no me acerco a él ni por error, aunque eso signifique que lloro en las escaleras durante quince minutos cada vez que salgo a trabajar y él no aparta la mirada de la ventana. Cuando regreso sigue exactamente en el mismo lugar y no se gira a verme ni una vez.
Una parte de mi se alegra de que no lo haga porque al menos no se da cuenta de las bolsas debajo de mis ojos, producto del insomnio y el llanto de los últimos siete días.
En el trabajo Luke y yo nos implicamos en eso de pretender que no existe un rechazo tajante entre los dos, pero tanto esfuerzo por actuar de manera normal hace que todo termine resultando más incómodo de lo que debería ser.
Así que no quiero ir al trabajo y tampoco quiero regresar a casa. Estoy considerando seriamente en mudarme a la plaza y convertirme en la indigente loca del pueblo.
Me siento perdida, sola y jodidamente triste. Temo romper a llorar si alguien se me queda viendo por más de dos segundos.
El sábado estoy sirviéndome un deprimente tazón de cereal con leche en la cocina cuando su voz me hace estremecer con frialdad.
—Creo que deberías mudarte—dice.
Imagen: puñal al corazón.
—¿Qué?
—Me escuchaste.
Desearía no haberlo hecho.
—¿Eso es lo que quieres? —pregunto, aun con la vista fija en el tazón remojado sobre la encimera—. ¿Quieres que me vaya?
—Creí que ya había quedado claro que nada de esto tiene que ver con lo que yo quiera, Laurel.
Laurel. Es la primera vez que dice mi nombre en un tono tan frío y distante.
Voy y me siento frente a él en el mueble de la ventana.
—Pues no ha quedado claro, Harry—se muerde el labio inferior y baja la cabeza, pero ahora que por fin estamos hablando no estoy dispuesta a darle tregua, igual que él no quiso dármela a mí la última vez—. ¿Qué es lo que quieres?
Sus ojos verdes se posan sobre mí y casi sonríe—: ¿Qué no es obvio? A ti.
¿Cómo se supone que responda a eso, cuando yo estoy sintiendo exactamente lo mismo por él?
Harry suspira y se sacude el cabello en la frente con frustración, como si quisiera pagar con la única cosa tangible para él toda la rabia que siente por no poder tocar nada más.
Imagen: chico encerrado en una caja de cristal.
—Si te mudas, podrás dejarme atrás—dice.
—No quiero dejarte atrás, Harry.
Y sé que no podría hacerlo incluso si quisiera. Harry se ha metido bajo mi piel y no hay forma en la que pueda dejar de pensar en él.
—Maldición, Laurel— se levanta de golpe y pone distancia entre los dos—. No importa lo que nosotros queramos, importa lo que es mejor para ti—vuelve a sacudirse el cabello y casi quiero pedirle que deje de hacerlo. Quiero caminar hasta él y evitar que se trate con desprecio a sí mismo, pero acepto mis manos atadas y me quedo sentada muy quieta—. Mira, cometí un gravísimo error al acorralarte la otra noche, y las cosas que dije... estuvo fuera de lugar. Lo eché a perder, Laurel, y lo lamento muchísimo.
Estoy usando un viejo y gastado pijama gris. También tengo puesto un horrible albornoz que seguramente tomé de una habitación de hotel de alguna vacación con Beth. Encima de todo eso llevo una cobija envolviéndome desde los hombros y cayendo hasta rozar el piso, de modo que mis calcetines descombinados suelen pisar la gruesa tela cada vez que camino. Mi cabello está desordenado, anudado y hasta puede que sucio, porque últimamente mis duchas consisten en pararme debajo de la regadera y quedarme con la mirada perdida hasta que el agua comienza a caer fría.
Lo que quiero decir con todo esto es que en el exterior me veo tan miserable como me siento por dentro.
Harry se arrepiente de haberme dicho que me quiere. Quizás yo también lo haga, porque después de que se admiten ciertas cosas es imposible volver a lo que había antes.
—Necesito que te vayas—vuelve a hablar—. Yo no puedo alejarme de ti pero tú sí que puedes marcharte y pretender que todo esto fue un mal sueño. Lo he pensado con detenimiento y es lo único que podemos hacer—suspira—. Debes irte, por favor.
No quiero gritarle y no quiero decir las cosas hirientes que dije la última vez, Dios sabe que apenas tengo energía para escuchar lo que está diciendo.
No quiero gritos. Necesito que todo sea silencioso.
Mi voz sale como una canción rota—: No lo haré.
Harry niega y se frota la cara con las manos. Odio verlo así.
—Laurel, por favor—lo siguiente que hace me sorprende: viene y se arrodilla frente a mi, de modo que sentiría su torso rozar el interior de mis rodillas—. Tienes que irte, ¿Qué otra opción tenemos?
Imagen: suplicante.
Sacudo la cabeza y aferro la cobija que me arropa con mis puños cerrados.
—Márchate—repite con ansiedad, casi desespero—. ¿Puedes hacerlo, Laurel? ¿Puedes hacer eso por mí?
No puedo dejarle. Es exactamente lo que debería estar haciendo, pero no puedo.
—Lo siento, no lo haré—bajo la vista porque no quiero que vea cuando las lágrimas amenazan con salir—. No voy a dejarte, no quiero.
Él deja caer su cabeza, derrotado, como si fuera a descansar en mi regazo. Quizás en otra dimensión estamos exactamente igual, pero además yo podría acariciar sus rizos hasta calmar su acelerada mente.
Imagen: consuelo.
Harry se endereza y nos miramos por el tiempo más largo. Sus ojos verdes son como dos vitrales que adornan una cara catedral y algo que siento que siempre he tenido dentro de mi despierta con agitación: es como si lo reconociera de otro tiempo, otra era, otra vida.
—Entiendes que no hay forma de que esto termine bien ¿verdad?
Me encojo de hombros—. Quizás no tenga que terminar en lo absoluto.
—Vamos, Laurel— sonríe, y a pesar de todo es tan bueno verlo sonreír—, eres más inteligente que eso.
—No lo soy—confieso—, no quiero serlo.
Harry me mira como si creyese que estoy loca y eso le encantase. Entonces me sonríe con la misma absurda demencia.
—Tengamos una cita.
No puedo evitar reir y algunas lágrimas más resbalan por mis mejillas—. ¿De qué rayos estás hablando ahora?
—Tú y yo, mi querida Laurel, tengamos una cita—agita los hombros de forma divertida—. Esta noche.
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