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De modo que el fin de semana siguiente, vamos a su antigua ciudad.

En tren nos toma cuatro horas completas, pero todo es tan entretenido entre los dos que el tiempo pasa volando. Aunque insistía en que no debía pagar por boletos, yo lo hice de todas formas para que no estuviera tan incómodo como la vez en el avión. Por suerte fue un viaje despejado y casi no había personas en nuestro vagón, así que no tuvimos que tener tantas reservas a la hora de comunicarnos entre nosotros.

Está nervioso, pero no quiere admitirlo. Hasta ahora, cada vez que le he preguntado cómo se siente, suelta algún chiste sobre el tren lag o cualquier tontería con la que le gusta disfrazar sus verdaderas emociones. Me doy cuenta, sin embargo, que su pierna izquierda rebota constantemente sin importar lo que esté haciendo. Y que se muerde las uñas. Y sus ojos no paran de ver hacia afuera de la ventana con miedo.

No debe ser fácil.

Volver a dónde empezó todo. Volver a su antigua casa, ver a sus viejos amigos y a su familia. Encontrar lo que tenía antes de que todo se rompiera. Querer decir algo y tener que decírmelo a mí porque él ya no puede.

Intento tranquilizarlo sin que se dé cuenta.

Le hablo de libros, de arte y de fotografía. Con el paso del tiempo he descubierto que es un tema que le apasiona, pero que rara vez compartió con alguien más cuando aún estaba vivo. Conoce de pinturas, de historia y de música como si hubiera viajado en el tiempo y estado en cada lugar donde se formó la cultura. Si no fuera tan tarado a veces, sospecharía que la muerte le ha dado omnipotencia.

Nos instalamos en una habitación de hotel (casi digo que era para dos en lugar de una cuando el señor en la recepción me preguntó para cuántos era) y por un momento solo nos lanzamos en la cama y cerramos los ojos. ¿Qué tendrán las habitaciones de hoteles que te hacen sentir adormilada y lista para una siesta?

―Laurel―me llama, pero no abro los ojos.

―¿Mmm?

―No te duermas.

―Ajá.

Un momento después.

―Laurel.

―¿Qué?

―Nada, solo quería verificar que no te dormiste.

Un rato más tarde.

―Laurel.

No respondo.

―¿Laurel?

Me muerdo el labio interno para no reír. Continúo con los ojos cerrados.

―¿Te dormiste?

Bufa cuando no le respondo. Se queda en silencio por un rato más largo, y otra vez el sueño comienza a calarse por mis párpados. Empiezo a dejarme llevar cuando de pronto grita con todas sus fuerzas, justo en mi oído:

―¡LAUREL!

Doy un brinco y por torpeza caigo de la cama.

―¡Hijo de puta! ―lo insulto mientras él se destornilla de la risa. Me pongo de pie y lo miro con odio, cosa que lo hace reír con más intensidad todavía, sosteniéndose el estómago y todo. Quiero golpearlo con las almohadas pero no puedo, y aunque me resisto, al final termino riendo como él.

Imagen: flores creciendo.

Me sobo el codo que me lastimé al caer y vuelvo a sentarme en la cama, esta vez recostándome del espaldar de madera. A mis pies Harry rueda sobre su estómago para apoyarse en sus codos y reposar su barbilla en sus palmas abiertas. Cojo una de las almohadas y la abrazo contra mi pecho.

―Vale, ya estamos aquí. Tienes que decirme qué vamos a hacer.

Suspira y cierra los ojos por un segundo. No sé si está pensando o si está evitando pensar, pero dejo que lo haga hasta que esté listo para ordenar sus pensamientos.

―Solo hay tres personas a las que me interesa en serio buscar.

―¿Tres?

Asiente, abriendo los ojos―. No me interesa nadie más que mi mamá, mi hermana y mi mejor amigo. Y estoy más que seguro de que yo tampoco le interesé a nadie más que a ellos, así que está bien.

Me trago el nudo en la garganta e intento desesperadamente en que no se note lo mucho que me afectan sus palabras.

Hubo un tiempo en que Harry estuvo rodeado de un montón de personas, pero ningunos eran sus amigos. Estuvieron con él por su dinero y por su status, pero se fueron en cuanto lo perdió todo, dejándolo en la ruina y solo.

Confieso que no entiendo por qué alguien querría juntarse con Harry por su dinero y popularidad cuando podrían juntarse con él por su compañía. "El chico de la sonrisa de oro" solían llamarle, y a mí lo que me gusta es escuchar su risa.

―Muy bien―hago mi mayor esfuerzo en sonreír―, entonces hay que buscarlos.




Antes de irme [HS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora