EPILOGO II

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Ella deja maletas en su habitación del hostal y corre directo a la playa. Atraviesa las puertas de la sala y la cocina (que no son más que cortinas de palos y piedras) y sale por la puerta de atrás.

La dueña del hostal la despide diciendo "que te diviertas" y ella responde diciendo que lo hará.

Se saca las zapatillas a penas entra en contacto con la arena. Desde que tiene uso de razón ama la sensación que le produce enterrar los dedos en la arena caliente. Ese hundimiento a cada paso le provoca cosquillas y se rie mientras sigue corriendo hasta la orilla.

Algunos niños corren como ella. Están haciendo volar una cometa, se da cuenta, y les grita consejos para que lo hagan mejor. Los niños la invitan a correr con ellos pero ella tiene otros planes. Más tarde, promete, después que sumerja los pies en el agua.

Va usando un pantalón y tiene que detenerse para arrodillarse y subirse las puntas. Piensa que necesita un buen cambio de guardarropa, dejar sus ropas montañosas atrás ahora que por fin ha conseguido venirse a vivir junto a la playa.

Deja caer junto a sus zapatillas en algún lugar de la arena, sin percatarse mucho en nada más que el mar magnifico que se desborda ante ella. No cree que nadie vaya a robarla, aquí todo el mundo parece estar feliz de verla.

Cuando por fin deja que el agua le acaricie los pies, suspira. Ha llegado, está aquí.

Lo que sea que tengas para mi, piensa, lo estaré esperando. Aquí es donde empieza mi vida. Estoy dispuesta.

Tiene veintitrés. Está más que dispuesta.

Está debatiéndose entre si quitarse el resto de la ropa para sumergirse de lleno cuando escucha los motores navegar sobre el agua. A la distancia se ven, ahí vienen. Pescadores.

Las olas se vuelven más pesadas a medida que se acercan y los niños que nadaban en un lado de la playa se van moviendo para el otro. Dejan el espacio de desembarcación libre para los botes.

Pero ella no se quita y se aventura a quedarse justo en donde está. La verdad es que no puede quitar los ojos de ellos, fascinada con la destreza en la las tres lanchas van aterrizando uno junto al otro, mitad en el agua y mitad en la arena.

Dos hombres mayores se bajan de los primeros dos botes y con ayuda de algunos chicos se disponen a bajar el botín obtenido. No es mucho, aunque parece suficiente.

(En realidad no tiene idea, ella no sabe nada de pesca).

Pero en vez de seguir con su ritual de iniciación en el agua y su meditación al universo, se queda mirando el bote más cercano a ella, donde un chico sin camisa termina de atar unos nudos antes de bajarse también.

Se da cuenta que de que la presión de los botes ha incrementado el nivel del agua bajo sus pies y se le han mojado la parte de debajo de los pantalones.

—Tienes que quitarte la ropa antes de meterte—dice una voz tanto tranquila y lenta, pero lo suficientemente fuerte como para que la escuche—. Así es como usualmente se hace por aquí, forastera.

Ha sido él, ahora amarrando la cuerda a las otras lanchas, conectándolas todas.

—¿Forastera? ¿Cómo sabes que soy forastera?

—Conozco a cada uno de los que viven aqui—le echa un vistazo por encima del hombro, pero entonces no puede apartar la vista. Se endereza y queda dispuesto frente a ella, dándole la espalda a su tarea de asegurar las naves—. Nunca me olvidaría de una cara como la tuya.

Y la verdad es que se ve como si estuviera intentando recordar donde la ha visto antes.

¿Es que se han visto antes?

—¿Eres de por aquí? —pregunta entonces, con cierto aire dudoso y estupefacto.

Como si se tratara de un imán de atracción, ella camina unos cuantos pasos hacia él. Poco le importa ya mojarse o no el pantalón.

Sacude la cabeza.

—Acabo de llegar. Como, literalmente hace cinco minutos.

Él asiente, pensándolo.

—Tienes la pinta—la recorre con la vista, pero no la hace sentir incomoda—. Dale una semana y estarás usando shorts y bikinis hasta para ir a cenar.

Eso explica por qué él solo lleva puesto unos pantalones cortos hasta la rodilla.

Ella piensa: ¿Por qué tus ojos verdes me hacen sentir tan aturdida?

Él piensa: Es la chica más hermosa de todo el planeta.

—Entonces, ¿has venido a vacacionar?

—No...bueno, no lo sé. Siempre he querido mudarme a esta playa.

—¿Y quién no? —abre los brazos como enseñándolo todo—, ¡Este es el paraíso en la tierra!

Tiene el cabello esparcido en flojos rizos cortos. Castaño, la piel bronceada por el sol. Unos ojos brillantes y una sonrisa encantadora que resultan demasiado familiar para ser coincidencia.

Ella se pregunta si él se pregunta si se han visto antes.

Le echa un vistazo a su bote y en vez de peces agonizantes descubre un montón de ramilletes.

—¿Pescas flores?

Él se ríe.

—Normalmente, no. Pero cuando desembarcamos en el otro lado de la playa compramos algunas—explica—. Los muchachos se las llevan a sus esposas, pero yo me quedo con estas— señala un grupo apartadas en una esquina—. Son mis favoritas, laureles.

—Es un nombre bonito.

—También es nombre de mi bote.

Por alguna razón, le hace reír. A él se le ilumina la cara.

—¿Nos conocemos de algún sitio?

—Quizás en otra vida—quiere que suene como un chiste, pero termina sonando como una sugerencia.

—Ah, puede ser. Una vez una adivina me leyó la mano y dijo que había tenido unas cuantas. Capaz te debo un gran favor y vienes a cobrármelo.

—¿Así que crees en el destino y las reencarnaciones?

Él se detiene a mirarla antes de responder. Hace cinco minutos habría respondido "sólo creo en mi madre, la lluvia y las flores" pero puede que ya no esté tan seguro. ¿Cómo explicar lo que acaba de pasar, cuando la ha escuchado reír y el sonido lo ha llevado de vuelta a un lugar en el que no recuerda haber estado, pero en el que recuerda haber sido feliz?

—Sí—responde inmediatamente después—. Desde ahora en adelante, puede que empiece a creer.

Viéndolo con la misma incertidumbre certera, ella responde, sonriendo:

—También yo, pescador, también yo. 

Antes de irme [HS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora