20. Encontrando una nueva familia

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You lie awake
But the world's asleep
You made mistakes
And you're in too deep
But now's the time

Open your eyes
And know you're free to come alive
You gotta live it while you can
We only get one life.

ALABASTER

El Campamento Grecorromano sí que sabía cómo desayunar.

En cuanto el hijo de Hécate aspiró el delicioso aroma a pan recién horneado, chocolate caliente, fruta fresca y huevos revueltos con mantequilla, su estómago rugió en protesta y su boca se hizo agua.

¿Hace cuánto que no probaba una comida decente? Sus pies comenzaron a caminar solos hasta el comedor. Con su expresión ansiosa, su postura encorvada y su extraño caminar, debía parecer un zombie.

«Comida» clamaba su estómago.

Buscó una mesa en la cual ubicarse, cualquiera menos la de Hécate.  Se le ocurrió echar un vistazo hacia la de Hades/Plutón, pero estaba vacía. Alabaster frunció el ceño con tristeza y se fijó en la mesa de Apolo.

Ahí se encontraba el doctor rubiecito, Will Solace, además de otros rubios de ojos azules muy parecidos a él, y otros tantos diferentes. Pasó por su cabeza pedirles permiso para sentarse allí, pero pensándolo mejor, se contuvo. En realidad no tenía ganas de estar cerca de Will.

Desvió su mirada hacia la mesa de la cabaña número tres. Poseidón. Completamente vacía. El olor a mar emanaba de ella como un desodorante ambiental. Alabaster arrugó la nariz. Todavía le provocaba disgusto pensar en Percy Jackson. Definitivamente descartada.

—¡Hey, guapo! —Una voz chillona lo llamó.

Alabaster dirigió su mirada a la fuente de la voz. Era una chica con rasgos asiáticos que usaba un delineador rosa tan llamativo que tuvo que parpadear varias veces.

Tenía el cabello negro en perfectas condiciones, y de alguna manera hacía que la ropa del campamento luciera como el último grito de moda. Las personas sentadas junto a ella tenían aspectos similares. La mesa de Afrodita/Venus.

—¿Buscas dónde sentarte? —preguntó la chica batiendo sus largas y rizadas pestañas. Las que estaban junto a ella comenzaron a murmurar entre ellas con emoción.

—Aquí tenemos mucho espacio —continuó—. ¿No es así chicas? —miró de reojo a sus hermanas y ellas asintieron con complicidad al momento que soltaban risitas.

Alabaster se ahorró una mueca. No le agradaban a ese tipo de chicas, de actitud superficial y sin nada en el cerebro. Pero quería comer y le habían ofrecido un lugar. No quería rechazar su hospitalidad. Además si hacía enojar a la cabaña de la diosa del amor, las consecuencias podrían ser fatídicas.

Inhaló ante otro rugido en su estómago, y con una falsa sonrisa se acercó.

Varias chicas sonrieron en cuanto tomó asiento. Algunas se le pegaron como chicles e invadieron su espacio personal. Una de ellas tomó su brazo juguetonamente y él hizo un notable esfuerzo por no apartarla.

Se centró en su plato, cerró los ojos y deseó tener una carne asada. Poco tiempo después, el aroma de la carne invadió sus fosas nasales. Sonrió y abrió los ojos, dispuesto a comer, pero la chica «maquillaje de payaso» le dio un golpecito en el hombro a modo de advertencia.

—Antes debes hacer una ofrenda a los dioses, cariño. —Le señaló la hoguera situada en la parte delantera del comedor, donde varios campistas hacían fila para quemar parte de su comida y ofrecerla a sus padres divinos.

La venganza del abismo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora