35. Una cura peligrosa

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Get out your guns, battle's begun
Are you a saint or a sinner?
They say before you start a war
You better know what you're fighting for
I'm an angel with a shotgun
fighting 'til the war's won
I don't care if heaven won't take me back

Angel with a shotgun,  The Cab

NICO/TARTARO

El tiempo se agotaba y Nico no podía hacer nada al respecto, además de observar.

De verse oprimido dentro de su propio cuerpo, había pasado al siguiente nivel, que era estar siendo eliminado poco a poco como una plaga. Su única ventaja era que su cuerpo aún estaba fuera de combate. Debía admitir que le asombraba cuánto podía aguantar, pero eso no duraría mucho más. Como todo en vida, tenía un límite. Uno que estaba cerca a sobrepasar.

—Te has perjudicado con tus acciones, hijo de Hades —le dijo Tártaro—. De no haber sido por tu patética intervención, tu hogar hubiera contado con más días. Ahora me veo obligado a actuar de inmediato. El campamento ni notará lo que pasó cuando ya se encuentre destruido.

—No los subestimes —replicó Nico—. Ellos te sorprenderán más de lo que hice yo. Te vencerán.

—Admiro que sí te subestimé, pero he aprendido de mi error. Aprendí a conocerte a ti y a tus amigos. Ellos buscarán la manera de sacarme de tu cuerpo, y podrían incluso encontrarla, pero existe un requisito que no podrán manejar. —Su tono se volvió burlesco—. Además, deberías considerar tu estado.

La seguridad de Nico flaqueó. Se hizo la luz, con la imagen de sí mismo frente sus narices y contuvo un grito de horror. Sí, Tártaro podría haberlo engañado, pero estaba seguro que ese era su reflejo real. Se lo dijeron sus entrañas contraídas; el inminente cansancio, el dolor en los huesos inmateriales. Las almas aún conservaban la estructura de un cuerpo, y también padecían.

Nico estaba en ese proceso.

Su cabello era una mata de hebras quebradizas, en su mayoría color gris. Tenía una posición encorvada y temblorosa; con la ropa hecha jirones colgando de un cuerpo demasiado delgado. Su piel, fina como el papel de seda, parecía convertirse en humo. Sus ojos, sin rastro de brillo, hundidos entre pómulos prominentes, mejillas chupadas y finos labios partidos.

Un fantasma. Un muerto. Una alma perdida en la oscuridad. Pronto sería todo eso.

Era como revivir su condición después de salir la jarra de Oto y Efíaltes, pero mucho peor.

—Sí, niño, las almas también pueden morir. Es una lástima que tu padre no haya explorado antes esa posibilidad. Como mucho tienes un día —informó Tártaro—. Debería darte las gracias, tu pequeño sacrificio me ayudó a devorar tus fuerzas más rápido. Ya no puedes hacer nada. He llegado a la fase en que me hago independiente de tu energía vital.

Nico tragó saliva, sus piernas incorpóreas temblaban.

—Pero por ese día aún dependerás de mi cuerpo, lo necesitas para salir y aún no está en condiciones de despertar.

—Puedo transmitirle parte de mi energía. Mañana estará listo, al igual que mis fuerzas. La pesadilla real recién comenzará.

«Quien logre escucharme» advirtió Nico cayendo de rodillas, «tengan cuidado».

El hijo de Hades se hizo un ovillo en un pequeño rincón de oscuridad, tiritando, y murmurando más advertencias. La calidez se esfumaba.

—Querida Hestia —se burló Tártaro complacido ante la vista—, tus intentos son inútiles.

La venganza del abismo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora