27. El poder de la vista.

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You fascinated me
cloacked in shadows and secrecy
The beauty of a broken angel
I ventured carefully afraid
but pretty soon I was entangled

Put me to the test
I'll prove that I'm strong
I finally see what you knew
was inside me all along
That behind this soft exterior
lies a warrior.

Warrior, Beth Crowley.

SUSAN

Susan no daba crédito a lo que sus ojos veían.

Después de su charla con Will, decidió dirigirse a la arena de entrenamiento para practicar un poco con la espada. Pensó en que si tenía suerte, se encontraría con Clarisse o alguno de sus hermanos y podrían entrenar juntos.

No esperaba encontrar a Alabaster allí. Menos de la manera en que lo hizo.

El chico se veía mal; respiraba de forma agitada, como si le costara hacerlo o estuviera aguantando una explosión emocional, sus ojos desbordaban lágrimas que luchaban por salir, cargados con un resentimiento que Susan entendió al instante.

La culpabilidad se adentró hasta sus huesos. Alabaster tenía una expresión casi salvaje en su rostro: furia combinada con tristeza, indignación e impotencia.

Un despecho amoroso.

De inmediato entendió lo ocurrido. Will había cumplido con su objetivo, tal vez de una mejor manera de lo que hubiera esperado. Alabaster tuvo la mala suerte de estar cerca.

El chico estaba tan centrado en sus propias emociones que no se percató en su presencia. Observaba uno por uno los muñecos de paja que lo rodeaban, planeando diferentes maneras de destruirlos.

Desenvainó su espada de oro imperial y atacó. Susan se limitó a observar.

Alabaster parecía un demonio. La hoja revoloteaba con sorprendente rapidez, cortando, apuñalando, decapitando y destrozando en pedacitos a sus objetivos.

Susan se escondió detrás de un arco de piedra y agudizó su oído, le pareció escuchar al hijo de Hécate murmurar varias cosas.

—Te guiaré hasta el campamento... es por tu bien.

Con un golpe certero, una cabeza voló por los aires.

—Los héroes nunca mueren. —Negó con la cabeza y trató de sonreír con ironía—. Qué estúpido.

Se detuvo y se tambaleó ligeramente. Susan tuvo una pequeña oportunidad de contemplar sus ojos y un mar de imágenes pasaron por su mente:

Alabaster se dirigía a una conferencia e intentaba hablar con un escritor famoso, quien parecía estar promocionando otra de sus obras. El chico insistía en preguntarle sobre un tema en específico, pero el hombre no parecía interesado en escucharlo.

—Por favor inténtelo doctor Claymore, porque si no lo hace, moriré.

El hombre se mostró sorprendido con esas palabras. Alabaster le tendió una tarjeta con sus datos y se alejó.

Claymore manejaba una camioneta con expresión conflictiva. Había logrado escapar de un monstruo que lo quiso matar y acababa de aceptar la realidad del mundo mitológico. Observó la tarjeta reservada en su billetera y se dirigió a la dirección de Alabaster. El chico lo acogió en su casa y le contó su historia.

—¿Hace cuánto que estás solo? —preguntó Claymore— ¿Cuándo fue tu destierro?

—Deben ser siete u ocho meses, pero parece mucho más —respondió Alabaster—. El tiempo es distinto para los semidioses. No tenemos la misma vida simple de los mortales. La mayoría de nosotros no pasa de los veinte.

La venganza del abismo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora