9. Pesadillas.

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A thousand days have made me older
Since the last time that I saw your pretty face
A thousand lies have made me colder
And I don't think I can look at this the same
But all the miles that separate
Disappear now when I'm dreaming of your face

I'm here without you baby
But you're still on my lonely mind
I think about you baby
And I dream about you all the time
I'm here without you baby
But you're still with me in my dreams
And tonight, is only you and me.

REYNA

Cada segundo sin él era peor que el anterior.

Reyna podía aceptar que la llamaran como quieran: masoquista, sufrida, incluso mártir, pero no podía dejar de pensar en Nico. No podía sacarse de la cabeza la imagen de su última sonrisa, ni de su pecho esa sensación de preocupación exagerada.

Cuando escuchó sobre la conexión que tenía Bianca con Nico, supo que ella tenía una similar. No sentía exactamente el estado de su alma ni su ubicación, pero podía sentir su dolor, compartirlo y vivirlo como un dolor propio.

Era un martirio saber en donde estaba, tener una clara idea de lo que le hacían y no poder hacer nada al respecto.

Apretó un puño en su mano izquierda, para controlar el impulso de sobar su pulsera de plata. La pobre pagaba platos rotos. Si no se tratara de un artefacto mágico, de seguro ya estuviera pelada por el constante contacto nervioso de sus dedos sudorosos.

Sus ojos formaron lágrimas, pero no las dejó salir. El esfuerzo por mantenerse limpia de emoción en la Casa Grande le costó demasiado. Pensar en Nico ya era suficientemente tortuoso, que los demás hablaran de él, sobrepasaba el límite.

Sabía que no debía tratar así a sus amigos, pero si no ponía esa barrera protectora terminaría de desmoronarse. Reyna sólo esperaba que ellos comprendieran y perdonaran su actitud.

Largó un suspiro. Nico y ella eran como las dos piezas principales de un juego de dominó. Si una caía, la otra también lo hacía de forma inevitable, seguida de las demás piezas menores que representaban sus sentimientos, emociones e ilusiones para un futuro.

Hacía tanto que no se había sentido tan... sola y desesperada por amor.

Por primera vez en mucho, comenzó a tener miedo de que su historia terminara como todas las anteriores. Sin embargo, Reyna no temía que Nico la dejara por otra chica, sino perderlo para siempre en la muerte.

Las palabras de Venus rondaron nuevamente en su cabeza:

«No hallarás el amor donde desees o donde lo esperas. Ningún semidiós deberá curar tu corazón.»

¿Acaso se trataba una maldición? ¿Significaba que cualquier «semidiós» que se enamorara en serio de ella terminaría de forma fatídica?

No era justo.

El cuerpo de Reyna se encontraba ya rígido por la tensión. Estaba acostada en su cama mirando al techo. Seguir divagando no era nada productivo, pero no quería dormir. No para ver a Nico sufrir en sus pesadillas. Sin embrago, después de dos largas horas, el cansancio finalmente le ganó.

En sus sueños, se encontró en el Tártaro, con su ambiente oscuro, brumoso y letal. Las nubes rojas se extendían sobre un horizonte lleno de montañas escarpadas y arena negra en forma de cristales rotos.

Las puertas de la muerte saltaban a la vista, altivas e imponentes. Cerca de ellas, colgaba inerte una figura humana, encadenada por manos y pies sobre las rocas más escarpadas.

La venganza del abismo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora