2. El regreso del exiliado.

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I walk a lonely road
The only one that I have ever known
Don't know where it goes
But it's home to me and I walk alone

My shadow's the only one
that walks beside me
My shadow heart's the only thing
thats beating
Sometimes I wish someone out
there will find me
Till then I walk alone.

Boulevard of broken dreams, Green Day.

ALABASTER.

Alabaster estaba harto de correr.

Todos los semidioses tienen problemas con los monstruos, todos llaman la atención por su aroma. Pero pocos son lo semidioses sin hogar que vagan por el mundo atrayendo depredadores como un letrero de neón en plan: «¡Hey monstruo afortunado, comida gratis justo aquí!»

Lo peor era que Alabaster tenía que valerse por sí mismo. Claro, contaba con la compañía de Claymore, pero él era mortal, o mejor dicho, ahora era un nebuliforme.

Con las experiencias vividas anteriormente jamás volvería a exponerlo al peligro. Lo protegía de todos los que atacaban y si el terco no le hacía caso, Alabaster tenía la facilidad de devolverlo a su carta. Por lo menos ahora la situación era mucho más manejable.

Hacía algunos meses el problema de mortandad de los monstruos había desaparecido. A veces Alabaster se preguntaba quién habría solucionado el problema o qué habría pasado para que ocurriera. Las puertas de la muerte debieron ser cerradas. ¿Pero cómo? ¿Qué había pasado con aquella «patrona» de la que hablaba Lamia?

Decidió dejar ese pensamiento de lado y concentrarse en el presente. Claymore y él caminaban a la deriva por un bosque en el corazón de Long Island.

Alabaster no quería estar allí, el Campamento Mestizo estaba cerca, pero Claymore había insistido en que debía establecer la paz con los semidioses para empezar una vida tranquila. De alguna manera, entre discusión y discusión, había logrado ponerlo en ese rumbo.

Obviamente Alabaster no estaba de acuerdo, pero conociendo la terquedad y la inteligencia de su acompañante, no podía hacer nada para convencerlo de que estaba equivocado.

A Claymore se le había metido en la cabeza que debía guiarlo hacia «lo mejor». Según su teoría, hacer las paces con los campistas era la razón exacta por la que Hécate le dio otra oportunidad. Alabaster podía creerlo, su madre solía ser muy irritante a veces. Él era su hijo más poderoso y mejor entrenado. Tal vez el único hijo de la magia y semidiós existente en el planeta que estaba en exilio.

No se arrepentía de nada, colaborar con Cronos fue lo correcto. No le daba miedo pensarlo, poco le importaba que la escoria divina pudiera pulverizarlo en un abrir y cerrar de ojos. Ellos jamás consideraban a sus hijos semidioses. Los veían como títeres, utilizaban sus dificultades cotidianas como medio de entretenimiento y cuando estaban de humor arruinaban sus vidas.

¿Afrodita? Se metía con el amor de todo el mundo, haciendo «interesante» la historia de todo aquel que le parezca.

¿Zeus? Se pasaba peleando infantilmente con sus dos hermanos, matando a sangre fría semidioses que «podrían» llegar a ser demasiado fuertes a su criterio. Cada vez que Alabaster escuchaba a alguien decir «Zeus es un rey justo» no sabía si echarse a reír o pegarle un puñetazo por idiota.

¿Hera? Esa vieja loca se pasaba desgraciando la vida de todos los semidioses, sobre todo los hijos de Zeus. Alabaster casi sentía pena por ellos. Casi.

Y así, había una lista muy larga para todos los molestos dioses del Olimpo.

Alabaster estaba algo desorientado en cuanto a fechas y horas. Supuso que debían estar entre los meses de diciembre y febrero que duraba el invierno. La nieve lo cubría todo a su alrededor como un gigantesco manto blanco. Los escasos árboles carecían de hojas y sus ramas secas y ennegrecidas les brindaban un aspecto siniestro. El viento azotaba tan fuerte contra ellos que por cada paso que recorrían parecían retroceder dos.

La venganza del abismo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora