EPÍLOGO

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CHESHIRE

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CHESHIRE

"Gobiérname, mi reina"
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La saliva humana es uno de los componentes corporales más maléficos que existen, con la capacidad de cicatrizar hasta la más desgarradora de las heridas.

La lengua, en cambio, es la encargada de saborear cada pequeño sal mineral impreso en la fina arena de nuestros cuerpos. Un órgano sensorial con una doble función, pues al mismo tiempo, era capaz de volverte completamente demente con apenas un delicado roce de su textura y su humedad, como si cada persona encerrara en su boca al mismísimo Asmodeus, el cuarto de los siete príncipes que dominan los oscuros y abrasivos infiernos de la Tierra.

Y la suya... Era puro fuego.

Cada vez que acariciaba mi piel, mis labios o la mía propia, dejaba en mí una quemadura de alto grado, teniendo como consecuencia unas ansias insaciables por volver a sentirla en el propio instante, anhelando en cuestión de segundos la magia que llevaba consigo.

Sus uñas eran tan largas y afiladas, que se clavaban en mi piel con una fuerza abismal, capaz de desgarrarla por completo si se lo proponía, dejando pequeñas lunitas y surcos de color escarlata impresos en mi pecho, mis muñecas y mi espalda, sobre todo en esa zona, aquel único lugar al que aferrarse cuando dejaba que mi cuerpo hiciera maravillas del suyo.

Me sentía en un éxtasis tan absoluto, que solo podía aferrarme a las sábanas para contenerme, pues no me permitía sujetarla de la cabeza ni mucho menos de la mata de pelo negro petróleo. Y no desobedecería un orden suya por nada del mundo.

Su boca había abrazado tan bien aquella zona de mi cuerpo, que me sentía desfallecer en cuanto puso sus labios en mí, pues eran tan carnosos y se movían con tanta perfección, que no aguantaría por mucho más tiempo, y lo peor de todo era que ella lo sabía y aún así no tenía ninguna intención de detenerse, jugando conmigo a su antojo. Como siempre debió ser.

Con el uso de una técnica infalible, estaba a punto de hacer que perdiera la cordura de una vez por todas, valiéndose del empleo de una de sus manos y de su pecaminosa lengua.

Y me habría corrido entre sus labios de fresa y su boca de frambuesa si no fuera porque se detuvo en el acto, en el momento justo y exacto, como si conociera tan bien mi cuerpo que sabía hasta donde continuar, pero también en qué punto detenerse.

Los gemidos que había intentado contener, pero que había sido inevitable someterlos por mucho tiempo, habían salido a la luz durante toda aquella sesión del sexo oral más intenso de mi vida, y esos mismos no se detuvieron ni cuando ella paró, pues había dejado abandonada su mano sobre la misma zona mientras que sus labios ascendían por lo largo de mi cuerpo, lamiendo y mordiendo las zonas más peligrosas de toda mi fisionomía, cual felina hambrienta.

Se detuvo para saborear cada milímetro de mi cuerpo, mi pelvis, mi cadera, mi ombligo, mi torso, mi pecho y mi cuello, erizando todo el vello de mi cuerpo con tan solo ese simple toque.

DAMA DE PICAS; ChishiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora