En un tablero, donde la diferencia entre la vida y la muerte lo es todo, una joven había logrado tener ese mundo a sus pies.
Yuna creía poseerlo todo,
¿Quién diría que le faltaba un rey?
Chishiya x OC
ALICE IN BORDERLAND S1 & S2
#1° En Alice in bord...
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BORDERLAND
"A la mierda las princesas, yo soy un puto rey"
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Las últimas horas de aquel largo día habían llegado al fin, cubriendo el cielo tokiota de un manto anaranjado casi dorado. Un manto tardío y lúgubre. El mismo manto débilmente luminoso que, poco a poco, comenzó a despertarme sin siquiera ser del todo consciente de ello.
Demasiado cansado, agotado y seco tras tantos juegos y tanto sexo, como para ser capaz de mantenerme tan astuto y atento como de costumbre. Incapaz de espabilarme, de sentirme fuerte o preparado para cualquier adversidad.
Incapaz de abandonar esa cama de la que Yuna me había hecho prisionero una vez más, empleando todas sus armas de mujer para doblegar mi voluntad. Para hacerme sumiso de las maldades de su cuerpo.
Me sentía terriblemente torpe, sumamente fatigado. Frágil incluso, como si todas mis extremidades fuesen a desprenderse de mi cuerpo en cualquier instante. En cualquier mínimo movimiento.
Mis párpados me pesaban, me costaba abrir los ojos; pero, aún así, conseguí armarme con la suficiente fuerza como para abrir los ojos poco a poco. Llegando a parpadear numerosas veces hasta poder acostumbrarme a la claridad de la luz restante del día, que comenzaba a cegar la estancia.
La tranquilidad en el lugar era aparente, el silencio prácticamente pleno y ningún disparo resonaba en las cercanías de la zona.
El Rey de Picas estará muy lejos, pensé. Cazando, posiblemente, a los jugadores desperdigados a lo largo del gran Terreno de Juego que era la ficticia ciudad de Tokio. Acorralándonos en dirección al centro de Shibuya sin ni siquiera saberlo.
Un suspiro cansado partió mis labios para fluir a lo largo de mi boca, arqueando mi cuello y recostando mi cabeza sobre el mullido almohadón en el proceso. Entonces, fui consciente del silencio. Del denso silencio que mi pobre suspiro había dejado tras de sí.
Y es que, después de todo, yo no era capaz de escuchar nada más que mi propia respiración, ciertamente alterada, en esos momentos. Así como también escuché el propio bombeo seco de mi corazón.
Nada más se oía, ni mucho menos se sentía.
Era como si estuviese sólo, completamente sólo dentro de esas cuatro paredes.
Recién despierto, ido de toda realidad, me estiré ligero en mi sitio, entre las sábanas y todavía recostado sobre la cama. Desentumeciendo al instante mis músculos más agarrotados en cada movimiento y estiramiento. Inspirando y expirando por la boca, casi de una forma dolorosa.
De una forma que inflaba mis pulmones a más no poder.
Entre suspiros vespertinos de placer, provocados por los estiramientos de todos mis ligamentos; cerré los ojos de nuevo y respiré, forzándome en el acto a comenzar a espabilarme lo más mínimo. Intentando, al mismo tiempo, no caer presa una vez más de las inmensas ganas que tenía de seguir durmiendo.
