Capítulo 22: Caer profundo

56 15 4
                                    

Desde la noche que tuvo aquella extraña conversación por chat, Diego comenzó a ir de mal en peor. Su cabeza estaba invadida de preguntas. No le contó a nadie lo que estaba pasando, por el contrario, poco hablaba, se aislaba, y se le notaba ido. 

  Comenzó a tener problemas de ansiedad. Para calmarse, cometió el terrible error de llevar su vicio a la oficina. Cuando sentía la necesidad, entraba al baño y consumía un poco de cocaína.

—Diego, yo te veo muy mal. ¿Por qué no me dices que es lo que te pasa?, de pronto te puedo ayudar. —Luisa no soportaba verlo en ese estado. 

—Mejor sigamos trabajando —El castaño prefirió cerrar el corazón. 

—No te dejes decaer de esa manera. Dios puede sacarte de ese pozo en el que estás metido, no importa si es muy profundo. 

—Lu, por favor. No me hables de Dios. En este momento no puedo creer en eso, no me interesa. 

 El deseo que alguna vez tuvo de dedicarle tiempo a la fe, ya no estaba, se esfumó con todo lo sucedido. Sus angustias tomaron el primer lugar en su vida. 

 Aunque Dios sí se le pasó por la cabeza, pero no precisamente por un buen motivo. Diego comenzó a sentir rabia hacia él. Si existía, ¿Por qué le había dado esa clase de vida?, ¿cómo creer que era un hijo de Dios, si ni siquiera tenía claro si las personas a las que llamaba padres lo eran en verdad?. Se sentía desprotegido, sin identidad, sumergido en una mentira. 

*Diego:
¡Ya! ¡Dígame lo que me tenga que decir!

Se desesperó el castaño al ver que el personaje anónimo se ponía con juegos y misterios. 

*Desconocido:
Todo a su tiempo muchacho

Días más tarde volvió a escribirle

*Desconocido: 
Muchacho. Eso sí le digo, si quiere información va a tener que pagar por ella. 

*Diego:
¿Pagar?... ¿Cuánto? 

*Desconocido: 
Por ahora: $3'000.000

*Diego:
¿Qué?
Yo no voy a pagarle todo eso

*Desconocido:
Usted verá. 
Es una información grande. 
Si no quiere saber que le han ocultado sus papás, entonces dejemos así. 

*Diego:
No
Espere
Esta bien, pero deme un tiempo para conseguir la plata. 

*Desconocido:
En ocho días vuelvo a escribirle. Para ese entonces tiene que tenerla. 
Le adelanto un nombre: 
Iván Darío Maldonado. 

*Diego:
¿Es usted? 

*Desconocido:
No le puedo decir más. 
En ocho días le escribo. 

Más inquietudes para trastornar la mente del castaño. La tribulación en su interior no se la deseaba ni al peor de sus enemigos. 

—Ya vuelvo. —Salió precipitado para el baño. Luisa no hallaba la forma de socorrerlo más que con una oración. 

 No estaba siendo un buen día definitivamente. Se esculco a sí mismo cual requisa de policía. Diego no podía creer tanta desgracia, se había quedado sin más dosis de su droga, y en la casa tampoco tenía. 

 Se comunicó con Andrés Castiblanco para que le consiguiera más. El amigo no tuvo buenas noticias, a él también se le habían acabado sus suministros. En esta ocasión, no podía proveerle. 

 Diego le suplicó al pelinegro que lo ayudará a conseguir más droga.

—Parce, que no tengo, ¿cuántas veces le tengo que decir? —Andrés intentó persuadir —. Yo me encuentro con el que me la vende mañana. Cuando la tenga, se la pasó. 

— ¡No!... Andrés entienda, yo no puedo esperar hasta mañana —un clamor desesperado —. Deme la dirección del man y yo voy hasta allá. 

—No sea bruto. Eso es un barrio muy peligroso, usted no se puede meter allá. 

— ¡No me joda, Andrés! —gritó enfurecido — ¡Deme la dirección!

—Parce sabe que, haga lo que quiera. Yo le envío la dirección, pero eso si no es mi culpa si le pasa algo. 

—Si, si. Pasemela, yo veré si me matan a no. 

—Diego, le digo esto como amigo: busque ayuda. Las drogas le quedaron grande.

 El castaño no habló más, terminó la llamada. Salió del baño luego de tomarse unos segundos para recobrar la calma. 

 La noche llegó. Luisa entró en el elevador. Se recostó en la pared, cerró los ojos y se entregó a sus cavilaciones. Tan solo podía pensar en el castaño, y el hacerlo le producía un tremendo dolor. Sabía que si Diego no dejaba su orgullo a un lado no podría superar sus problemas. Debía seguir orando por él, y debía seguir estando a su lado. Mientras hubiera oportunidad de compartirle el mensaje de salvación, había la esperanza de ver al joven restaurado. 

 Algo insólito sucedió de repente. La revelación fue irrefutable. La rubia quedó perpleja ante lo que estaba viendo. 

Vio a Diego, caminando por la noche en una calle fría y desolada. Al joven se le notaba el miedo. Sus ojos estaban alertas mirando a todos lados. De un momento a otro, de algún lado apareció un hombre cuya apariencia no producía ni la más mínima confianza. En efecto, era un ladrón. 

 El hombre abordó a Diego amenazándolo con un cuchillo. El castaño imploró por su vida y le ofreció todo lo que llevaba al asaltante. Le entregó la billetera, el celular, el reloj.

 Cuando pensaba que su vida ya estaba segura, el ladrón atacó. Dos puñaladas en el estómago dadas sin piedad. Diego se desplomó al suelo. La sangre le corría, el frío penetró todo su cuerpo, el dolor no lo soportaba. El joven agonizaba tirado en una calle de un barrio de mala reputación.

— ¡Dios mio! ¡Tengo que ayudar a Diego! —la angustia de Luisa no se podía ocultar. 

Salió disparada del elevador apenas se abrieron las puertas. Corrió lo más rápido que pudo por todo el parqueadero hasta llegar a donde estaba Felipe. 

— ¡Pipe! ¡Pipe encienda la moto! —gritó mientras corría. 

— ¿Qué pasó? —se afano el rubio. 

—Diego está en peligro, lo van a robar y lo van a dejar herido. Hay que ir rápido antes de que pase. 

—Espere, despacio. ¿Cómo así? ¿De qué habla? 

—Tuve una visión, Pipe. Diego se va a meter en un barrio terrible y lo van a robar. Vamos rápido, yo vi donde va estar —Luisa comenzó a llorar. 

— ¡Jesús!... ¿Y está segura de que no ha pasado? —preguntó mientras se subían a la moto. 

—No. Diego se fue hace como quince minutos, debe estar yendo para allá en este momento.

—Bueno, me va guiando —El rubio encendió la moto —. Oiga Luisa, ¿usted por qué está tan angustiada?, ¿Diego y usted tienen algo? 

— ¿Qué? —La cogieron fuera de base —. Pues… Pues, ¿como así?... no ve que lo van a dejar herido. ¿Cómo se le ocurre pensar que Diego y yo vamos a tener algo?. Más bien, apúrese, no hay tiempo.

 El rubio no insistió más, arrancó de una. Todo el camino se trató de clamores desesperados por parte de Luisa para que lograrán llegar a tiempo y para que a Diego no le fuera a pasar nada grave. No podía concebir el vivir sin él. 

El amor es más fuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora