Capítulo 60: La verdadera libertad

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La vida en la cárcel no estaba siendo para nada agradable. Andrés Castiblanco era víctima de burlas, golpizas y acosos. Su orgullo estaba siendo pisoteado de una manera que él nunca se imaginó. 

Cierto día, el pelinegro entró a la sala de visitas sin entender porque estaba allí (no era día de recibir visitas). Siguió la orden del guardia y se sentó a esperar. 

 Un instante después la puerta se abrió. La cara de Andrés reflejó una profunda vergüenza, tanta, que llevó su mirada al suelo. No podía creer quien había ido a verlo. 

Magdalena se sentó al otro lado de la mesa. Ella también estaba con la ansiedad que la dominaba. Hubo silencio por unos segundos, lo que incrementó la incomodidad de Andrés. 

—Andrés… ¿Cómo está? —Fue difícil comenzar la conversación. 

— ¿Por qué está aquí? —Se sentía tan avergonzado. Seguía sin mirarla a los ojos.

—Necesitaba verlo. Su papá me consiguió el permiso. 

— ¿Qué quiere? 

Magdalena emitió un suspiro. Requería de valor para lo que iba a hacer: —Usted… Me causó el peor de los daños. No sé imagina el sufrimiento que viví en esos días. Marcó mi vida para siempre —la voz se quebraba mientras más hablaba. Había una fuerte presión en el pecho. Andrés se unió al llanto, él ahora sabía lo que era sentirse humillado, y le dolía el mal que le había causado a la morena. Ella continuó: —Y… no ha sido fácil superarlo. Han sido días difíciles… Pero quiero dejar el pasado atrás, sanar mi corazón y tener paz, alegría… Volver a vivir. 

—Magdalena… —quiso interrumpirla.

—No —se opuso a escucharlo. Para este punto, ya estaba hecha un mar de lágrimas —. Déjeme terminar… Andrés, yo… yo he orado mucho durante todos estos días, y me he preparado, le he pedido a Dios la fuerza y la gracia para venir a verlo. Porque…  porque quiero decirle que, que lo perdonó. Qué aunque me dolió lo que me hizo, no quiero odiarlo más. Lo perdono, Andrés Castiblanco. 

—Magdalena —lágrimas de la profunda culpa que sentía —, yo no merezco su perdón. Yo le destruí la vida, le quite su inocencia. 

—Usted ya está pagando por lo que hizo, eso yo debo tenerlo en cuenta. 

—Este es mi lugar. Un ser tan despreciable como yo no merece más que vivir en una mazmorra como esta. 

—Andrés —sintió lástima por él —. Usted ya está en una cárcel física, pero no tiene que estar en una cárcel espiritual. 

—Magdalena no haga esto. No me diga que aún hay esperanza para mí, porque no es cierto. Yo lo que debo es sufrir para siempre, pagar con humillaciones y el olvido de todos por el mal que causé cuando estaba afuera. 

—Dios puede ayudarlo —ahora sus lágrimas eran de compasión —. Él restauró mi vida, también puede restaurar la suya. La justicia terrenal ya lo condenó, pero en el cielo hay un Jesús que dio la vida por usted y le dio su perdón. Acéptelo y permita que él sane su vida. 

—Usted me habló de Dios muchas veces, y yo lo desprecie, lo que hice fue burlarme. 

—Y mire a donde terminó por esa actitud. Aún así, no es tarde para empezar a escucharlo. Dios está esperándolo.

— ¿Cómo lo busco? 

—Si usted quiere, mi papá está dispuesto a venir y enseñarle del evangelio. ¿Estaría dispuesto a recibirlo? 

—Si… que venga —vio una luz de esperanza. 

—Dios no lo mira con desprecio, Andrés. Él puede cambiar su vida, aún en este lugar. Usted puede ser mejor persona. Y no tiene que quedarse solo. Mire que sus papás también están aprendiendo de Dios, ya van a la iglesia. Y se que algún día van a venir a visitarlo, solo, deles un poco de tiempo. 

—Gracias, gracias por esto —se sintió libre de la culpa que lo agobiaba. 

—Adiós, Andrés. Cuídese —se levantó de la mesa. Ella también había soltado una carga. 

 El pelinegro agradeció una vez más. Un encuentro sanador. De camino a su celda, el joven meditó en todo lo ocurrido. Por primera vez desde que había llegado a la cárcel, pudo sonreír. Sintió que le estaban dando una nueva oportunidad. Su historia no acaba allí, era en realidad el comienzo de ella. 

Queridos lectores

El siguiente capítulo es el final de esta historia 😢🤗

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Nos leemos.

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