Capítulo 28: El corazón duele

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Minutos más tarde, la ambulancia arribó. Los enfermeros subieron al malherido. La policía también estaba allí, comenzando la investigación. 

 Isabela y Andrés se mostraron dispuestos a colaborar y contar todo lo sucedido. Tenían que trasladarse a la estación para dar su declaración de los hechos. Gustavo y Mauricio decidieron acompañarlos, al igual que Elkin Montes quien también fue llamado a rendir indagatoria. 

 Por otro lado, Estela, Diego, María Paula y la madre de ésta se encargaron de ir al Hospital. 

 Nada deseó más Luisa que haber acompañado al castaño. Se ofreció para colaborar en lo que se necesitará. 

—Gracias por tu ofrecimiento, pero aquí estoy yo para lo que Diego necesite —interfirió María Paula. 

—Gracias Lu, de verdad —dijo él castaño —. También me encantaría que vinieras, pero, mejor ve a tu casa. Debes estar cansada. 

—Vale. Me estás informando como va todo. 

 Quiso despedirse con un abrazo, pero la mirada soberbia de María Paula la intimidó. Se fue con el corazón dolido. 

 Se despidió de Miranda y de los organizadores del evento, quienes se quedaron despidiendo a la gente y solucionando asuntos en el lugar. 

 Durante todo el trayecto a casa, Luisa se cuestionó por su actuar aquella noche; y no fueron pensamientos agradables precisamente. ¿Por qué se había dejado afectar por lo que le dijo María Paula? ¿Por qué no había visto lo del atentado? ¿Por qué no podía estar al lado de Diego? Si no hubiese estado tan abatida tal vez la revelación de la tragedia habría podido llegar a su mente. 

 Todas sus maquinaciones eran juicios y quejas. Tanto era su agobio que llegó a pelearle a Dios: "¿Por qué no me mostraste el atentado?" "En el momento que más te necesito no estás". Sus pensamientos y sus emociones estaban disparatados. 

 El taxi en el que iban hizo una parada para dejar a Magdalena. Luego continuó hasta la casa de los Jiménez. 

 Se bajaron sin saber lo que les esperaba dentro. 

— ¿Mamá? ¿Usted que hace ahí, y a esta hora? —Felipe se inquietó. Dejó la caja de suministros en el suelo y fue hasta su madre. 

— ¿Y mi papá dónde está? —dijo Luisa, poniendo las bandejas en la mesita de la sala. 

 Cleotilde, quien se notaba que no había parado de llorar durante horas, se quedó sin palabras al ver a sus hijos.

— ¡Mamá! ¿Por qué está así? ¿Qué pasó? —La inquietud del rubio se acrecentaba cada vez más. 

—Es que… Es que… No puedo con esto —liberó sus lágrimas y se entregó al dolor. 

 Luisa y Felipe se sentaron al lado de su madre, repletos de angustia. La mujer, retomando la calma, procedió a hablar de lo acontecido. 

 Se negaron a creer lo que Cleotilde les estaba contando. ¿Su padre no podía hacerles eso? 

—Yo le dije a mi papá que tuviera cuidado con esa vieja —dijo el rubio, cubierto de rabia y decepción. 

— ¿Y en serio se va a ir? ¿Así no más? —Luisa seguía incrédula. 

—Parece que si mija. Mañana él viene temprano por sus cosas, y viene a hablar con ustedes. 

 Un duro golpe para la familia. Era un tema que creían haber dejado en el pasado. Nunca se imaginaron volver a repetir la historia de un padre infiel. ¿Dónde quedaba Dios? ¿Qué acaso él no estaba haciendo la obra? 

 La noche por fin acabó. Estela y Diego entraron a la casa completamente agotados. No habían dormido nada por estar atentos a la salud de Gonzalo. 

 Por fortuna no fue una tragedia mortal. El hombre fue ingresado a cirugía de inmediato y pudieron salvar su vida. Quedaba aguardar unos días en el hospital para la recuperación. 

 Pasado el peligro el médico les indicó a madre e hijo que podían ir a casa a descansar y volver más tarde. Gustavo, quien ya había llegado de la estación de policía, quedó al pendiente de su hermano. 

 Diego sintió como si su cabeza fuera a estallar. Se tiró a la cama y se mantuvo dubitativo por un buen rato. 

 A decir verdad no sabía cómo proceder ante la situación con su padre. Estaba enfadado, odiaba los secretos que le ocultaba y la forma en que lo trataba; sin embargo, esa rabia no era para desearle la muerte. Lo alivió la idea de que el hombre ya estuviera fuera de peligro; pero lo inquietó el querer saber el motivo para que hubieran atentado contra su vida. 

 ¿Quién era Gonzalo Sandoval? ¿Escondía algo o de verdad todo era una trampa para sacarle dinero?

 Tantas ideas despertaron la ansiedad del castaño. Se levantó de la cama y fue hasta el armario. Buscó hasta tener entre sus manos una dosis de su fácil escape. 

 Clavó su mirada en la cocaína y se enfrentó a la tentación de probarla o no. Lo quería, requería calmar su angustia. El polvo blanco llamaba su atención cual carnada usada para atrapar a la presa. 

 Entonces, la rubia se cruzó por su mente, y se imaginó la cara de desilusión que tendría si lo viera consumiendo. No quería fallarle. 

 Trajo a memoria las oraciones, las enseñanzas, Dios. Pensó en la idea del perdón que la rubia le había mencionado, y reflexionó en el asunto. 

 ¿Será que el atentado a su padre era también un llamado de atención para él? ¿Una manera de decirle que dejara el rencor a un lado y buscara sanar la relación?

 "El cambio empieza por uno", ese camino parecía ser el más acertado. Si quería una nueva vida tenía que dejar de enfocarse en los errores de otros y trabajar en los suyos. 

 Se dirigió al baño. Abrió el paquetico de cocaína, derramó la sustancia en el inodoro y bajó la palanca decidido a dejar ir su pasado. Se prometió no volver a probar drogas nunca más. 

—Ayúdame Dios. Si en verdad hay algo nuevo para mí, ayúdame —fue su clamor. 

Hola.

Gracias por leer.

Bendiciones.

El amor es más fuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora