Capítulo 23:Cuestión de fe

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Un frío intenso se paseó por el cuerpo de Diego. El miedo se apoderó por completo de él. Pese a ello, continuó avanzando por la desolada y lúgubre calle. 

 Se detuvo por un instante. Sacó su celular del bolsillo y advirtió que faltaban unas cuantas casas para llegar a la dirección que le había mandado Andrés. Guardó el aparato y siguió caminando. 

 Tal y como ocurrió en la visión de Luisa, el joven fue abordado por el asaltante. Estaban en la entrega de las pertenencias cuando a unos cuantos metros se escuchó el grito de Felipe quien desde su moto intervino para salvar al castaño. 

 El ladrón no perdió el tiempo, salió corriendo llevándose lo que había alcanzado a tomar, no sin antes propiciar un ataque al castaño con el fin de que no lo siguiera. Le dio dos golpes que lo mandaron al suelo, uno en la cara y otro en el estómago, 

 La moto llegó por fin a donde estaba Diego. En un segundo Luisa ya estaba abajo, al lado del joven para socorrerlo. 

— ¿Como estás? ¿Te hizo daño? —preguntó angustiada. 

—No fue nada —se levantó del suelo apoyándose de la rubia. Una vez arriba mostró señales de dolor y se limpió la sangre de la nariz. 

—Menos mal llegamos a tiempo —apuntó Felipe —. ¿Le robaron algo? 

—El celular. 

—Parce, ¿cómo se va a meter a este barrio? Esto por acá es muy caliente —replicó el rubio. 

 Luisa sugirió llevarlo a un hospital para que lo revisaran. El castaño se opuso, no se sentía tan mal herido. Acordaron entonces irse para la casa de los Jiménez y hacerle la curación allá. Acordaron también que Luisa manejara el carro de Diego. 

— ¿Ustedes cómo sabían que yo estaba aquí? —preguntó Diego, antes de irse a buscar el carro. 

Los hermanos se miraron.

—En la casa le explicamos —anotó Felipe. 

 Caminaron hasta donde Diego había dejado el carro, el rubio escoltó desde la moto a los otros dos mientras llegaban al lugar. Luego, moto y carro partieron de allí. 

 Minutos más tarde el joven estaba sentado en la sala de los Jiménez recibiendo una curación por parte de Luisa. Cleotilde entró trayendo una bandeja con pocillos de café para todos. 

—Gracias —Lo recibió Diego. 

—aquí le dejo el suyo, mija —le informó a la hija dejando el pocillo en la mesa. Después, fue hasta Felipe y le entregó su café. Por último, tomó el suyo.

—Listo. Terminamos —dijo Luisa — ¿No te duele nada más? ¿Los brazos? ¿Las costillas? 

—No. Estoy bien. El golpe en la nariz era el más grave. 

— ¡Pues gracias a Dios! —intervino Cleotilde —. Meterse a ese sector, y en la noche, es quererse uno morir de forma tonta. 

—Pues sí, me comporte de forma muy tonta. Si no es por ustedes quien sabe que hubiera pasado… No me han dicho, ¿Cómo es que sabían que yo estaba allá? ¿Me estaban siguiendo? 

—No, no te estabamos siguiendo. Yo vi que ibas a estar allá antes de que todo pasara —dijo Luisa. 

— ¿Cómo así? ¿Ver de que manera? —No entendía nada. 

—Lo que pasa es que Luisa tiene un don. Uno muy especial que Dios le regaló —explicó la madre —. A ella el Señor le revela cosas que no han pasado o que están ocultas, por decirlo así.

El amor es más fuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora