La remodelación en la casa de Patricia Marin avanzaba sin contratiempos, el trabajo de Diego y Luisa fluía de manera intachable. Después del arreglo de pisos y paredes llegó el día de llevar los muebles y adecuar los últimos detalles.El castaño ya estaba listo para ir a la fábrica de la empresa, esperaba a Luisa en el parqueadero, quien se hallaba recogiendo algunos papeles en la oficina. Ella apareció minutos más tarde, caminando a paso acelerado.
Estaban a punto de entrar al carro cuando otro automóvil se estacionó en el aparcamiento de al lado, era Gonzalo. El hombre salió de la parte de atrás mientras que Elkin Montes se bajó del puesto del conductor.
Padre e hijo cruzaron miradas, revelaron cualquier cosa, menos amor. Por su lado, la rubia tampoco se sentía cómoda con el encuentro; aún tenía presente la visión que había tenido sobre Gonzalo, y ello le producía una ansiedad terrible al tener en su mente la imagen de su jefe quien al parecer era un asesino. Y es que la sola presencia de Gonzalo lograba intranquilizar; imponente, soberbio, como si una fuerza siniestra lo envolviera.
Sin decirse ni una palabra, cada uno continuó con su rutina. Gonzalo y su empleado siguieron su camino a la oficina, mientras que la pareja emprendió viaje hacia la fábrica.
—Tu papá es como misterioso —dijo Luisa mientras iban en carretera.
—Un imbécil, eso lo que es —el castaño no dudo en expresar su desprecio.
—Tampoco, uno no puede tratar a los papás de esa manera.
— ¿A no? ¿Y cómo se supone que debo tratarlo?
—Pues, hay que respetarlo y honrarlo.
Diego se echó a reír. Entonces toda su rabia comenzó a salir por sus labios: —Tú no sabes lo que ha sido mi vida. Yo no puedo respetar a ese señor por nada del mundo. Él me jodió la existencia. Desde que nací me ha controlado, me ha usado, ha hecho conmigo lo que se le da la gana. Parece que en vez de hijo fuera su esclavo. Él no merece ninguna muestra de respeto, ni de cariño, ni de nada.
—Yo sé que los padres no son perfectos; pero es que… ¿Cómo te explico?... Es algo que Dios nos pide, y es por nuestro bien.
—No me vengas con eso Luisa. Llevo veintitrés años teniendo una vida del asco, y todo por mi papá… Y eso de Dios no me interesa escucharlo… No dañemos nuestra amistad Luisa, por favor. Tu estas muy bien con tus creencias, te funcionan, bien; pero eso no es para mí, yo tengo otro pensamiento. Así que no intentes imponerme algo que no estoy dispuesto a aceptar.
—Yo no estoy imponiendo nada, es por tu bien que te estoy diciendo esto. Diego no es bueno todo ese rencor y esa rabia que tienes dentro, te estás haciendo daño a ti y…
— ¡Ya no más Luisa! —gritó el castaño deteniendo el auto. Miró a la rubia a la cara y le habló enfurecido —. No te metas en lo que no te incumbe, yo veré si me amargó la vida o no. Pero yo no voy a tratar con respeto a una persona que lo único que ha hecho es destruirme la vida. Así que no vuelvas a hablarme de eso, por favor Luisa.
La rubia se quedó callada, llevó su mirada hacia la ventana y se encerró en su mente. Diego recuperó la compostura, encendió el auto y prosiguió con el trayecto. El resto del camino reinó el silencio, él se mantuvo indignado y ella con el corazón entristecido.
Era difícil para el castaño entender la forma de pensar de Luisa. Él no podía ver más allá de su aflicción, tantos argumentos en su cabeza que no había lugar para el perdón.
Luisa sintió una inmensa pena por él. Diego tenía una salida; sin embargo, prefería vivir en su prisión, ella solo pudo compadecerse, y suplicar para que un día sus ojos fueran abiertos.
El resto del día se enfocaron en el trabajo. No hablaron más de asuntos personales; no obstante, era claro que la conversación había tensionado la relación.
En la noche, Diego necesitó liberarse de su pesar; buscó la única forma que conocía: escapar por medio de las drogas. Se encontró con Andrés Castiblanco, el único que según él lo comprendía y lo apoyaba.
Consumieron hasta sentirse fuera de sí; una euforia exótica que los hacía reír a carcajadas.
El castaño se levantó como pudo y de la misma forma logró llegar al baño. Su percepción estaba tan alterada que no pudo distinguirse a sí mismo cuando se vio al espejo. Se sentó en el suelo. De la alegría pasó al llanto, lo abrigó una tristeza profunda que no pudo contener. Odiaba su vida con todo su ser. ¿Cómo es que podía tenerlo todo; pero al mismo tiempo no tener nada?. Se sintió incomprendido, solo, perdido.
Lo que él no sabía, es que alguien estaba a punto de percibir lo que le sucedía. A muchos kilómetros de distancia, en la casa de los Jiménez, Luisa se preparaba para ir a la cama. De repente, sintió una punzada horrible en su pecho, el dolor la llevó a llorar. Era un llanto compartido, la rubia pudo experimentar lo mismo que Diego.
—Él está sufriendo… está sufriendo mucho —en medio de sus lágrimas ella supo que se trataba del castaño.
Entonces, a su mente llegó la revelación, ella pudo verlo. La visión era clara, Diego lloraba amargamente en el piso del baño, abandonado por completo en su agonía. Afligida, Luisa se postró en el suelo y elevó una oración desesperada por el joven. Clamó por paz, por vida, por salvación. Un evento de no creer, ambos sufrían de forma desgarradora y al mismo tiempo; una conexión ideada por el cielo.
Luisa no cesó de orar. De forma inexplicable Diego comenzó a sentirse liberado y poco a poco la calma regresó. Sin embargo, los efectos de la droga y el cansancio no le permitieron levantarse del suelo, se quedó allí por un instante hasta que el sueño le ganó.
Por su parte, Luisa dejó de percibir al castaño. Se mantuvo inmutada en el suelo. Pensó en la experiencia vivida. Recordó el sueño de la noche antes de conocer a Diego cuando lo vio encadenado. Entendió entonces que más allá de sus sentimientos estaba su deber como hija de Dios; Diego era un alma que necesitaba ser rescatada y ella conocía el camino. Una cosa le quedó clara, se sentía más conectada con el joven, no podía ni culparlo ni juzgarlo. Y aunque sabía que tal vez no era lo correcto, lo amaba; no pudo evadirlo más, ahora que había conocido su dolor quería estar cerca de él para ayudarlo.
—No te conoce Señor. Yo lo sé; pero ya no puedo negar lo que siento. —Abrió su corazón delante de Dios —. Tu sabes que no quiero dejarme llevar por mis sentimientos y cometer un error; pero tampoco quiero estar lejos de él. Ayúdame Dios, ayúdame a que este amor que siento primeramente sea el tuyo, que Diego pueda ver tu amor a través de mi. Y si… Y si alguna vez, Diego y yo vamos estar juntos, entonces que sea cuando tu digas, cuando los dos estemos preparados. De lo contrario, si estamos solo para ser amigos, tú me ayudarás a entenderlo. Que se tú voluntad y no la mía Dios.
Se levantó y se acostó en su cama pensando en el castaño hasta que se durmió.
Hola.
A mi me encanto este capítulo. ¿Qué opinan ustedes?
Gracias por leerme.
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Bendiciones.
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El amor es más fuerte
EspiritualLuisa Fernanda Jiménez es una joven apasionada y luchadora, es estudiante de diseño de interiores próxima a graduarse; además de ello, está entregada por completo a su fe, a tal punto que ha sido provista de un don especial con el que se dedica a se...