Capítulo 36.

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Durante los últimos días me fue imposible ver a Marcela, pues el destino se había encargado de mantenernos separados por muchos motivos.

 El principal, fue que ella fue sometida a demasiados interrogatorios por parte de los investigadores del caso de sus padres. Sin embargo, por tratarse de una menor de edad, tuvieron que esperar a que sus tutores llegaran a la ciudad. Por fin, los tíos de Marcela habían acudido al rescate, viajando por algunas horas a través de la línea de trenes.

En cambio, tratándose de mí, durante navidad mis padres nos llevaron a mi hermana y a mí a Barsoix, nuestra ciudad de origen, con el pretexto de que era un clima espectacular, pues caía nieve  grandes cantidades, y ellos aseguraban que a mi me encantaba ver nevar. Sin embargo, conocía bastante bien a mis padres, y el verdadero motivo por el cual me llevaron lejos, fue para que pudiera alejarme del caos en el que mi vida había caído en los últimos dos meses.

En un momento de debilidad y desesperación, les había contado sobre Marcela y su depresión, también acerca de sus padres abusivos y sus hermanos pequeños con falta de cariño. Y, en lugar de obtener apoyo de su parte, me prohibieron volver a acercarme a esa familia de lunáticos —incluida Marcela—. Además, para rematar el desgrado de mis progenitores hacia mi novia, mi hermana Beatrice se encargó de contarles el verdadero motivo por el cual Alan me había apaleado hasta mandarme al hospital,  lo que consiguió que tuvieran la grandiosa idea de enviarme a la universidad que mi padre tanto ansiaba, un lugar en el que sería imposible que Marcela ingresara. El plan perfecto para mantenernos alejados.

 Estaba tan cansado de todo, que terminé por aceptar la decisión de mis padres: en un semestre, me mudaría de la ciudad. 

***

El día tan temido del año, por fin había llegado: 31 de Diciembre.

Al parecer, el cielo estaba sincronizado con mis sentimientos. Una enorme nube negra cubría el sol, y el aire azotaba con fuerza en toda la ciudad. La temperatura había descendido hasta los dos grados, pero el único dolor que sentía en el cuerpo no se debía al frío, sino a la tristeza, que me carcomía el pecho.  Respirar se había vuelto la tarea más difícil de hacer, al igual que intentar controlar el temblor de mis manos ansiosas. 

Me encontraba sentado en uno de los columpios del parque que estaba cerca de la casa de Marcela, el mismo en donde la había invitado a ir a mi casa por primera vez. El lugar, en donde me percaté de que su sonrisa no era real. El lugar... donde todo dio inicio.

El viento era tan potente, que mecía el columpio en contra de mi voluntad. Sin embargo, no me importaba, ya nada me importaba. Todo por lo que había luchado los últimos sesenta días, se había esfumado. 

Unos pasos crujieron sobre el césped amarillento, y de nuevo sentí una opresión sofocante en el pecho. Sin mirar atrás, sonreí por la presencia de aquella alma que me había hecho cambiar.

—Te irás, ¿cierto? —pregunté sin apartar la mirada del frente.

—No fue mi decisión —respondió mientras se sentaba en el columpio de al lado. 

—¿Qué demonios ocurrió esa noche?

Suspiró abatida antes de responder: —Mi padre murió de una congestión alcohólica, y cuando mi madre encontró el cuerpo en la cocina, se alteró —su labio inferior temblaba con cada una de sus palabras—. Quise detenerla, pero ya era tarde. Había cortado su vena carótida, asegurando que la vida no valía la pena si no estaba con mi padre. 

—¿No pensó en ustedes? —pregunté taciturno. 

—¿Cuándo viste que mi madre se preocupara por nosotros?

Cuando la oscuridad venga [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora