Capítulo 30.1.

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11 de Diciembre. 

Era de mañana, Daniel seguía dormido cuando mi celular vibró debido a una llamada entrante por parte de mi madre. Durante unos instantes dudé en contestar, ya que ella sólo me llamaba para darme malas noticias, u ordenarme hacer algo que le correspondía a ella. Terminé por responder con un ligero temblor en las piernas que me hicieron tambalear antes de levantarme de la cama.

—¡¿En dónde estás?! —preguntó enfurecida. 

—Con Daniel —respondí en voz baja mientras salía de la habitación—. ¿Por qué?

—Tus hermanos no han comido y tú estás allá divirtiéndote. 

—Creí que los alimentarías hoy —dije molesta. 

—Tú sabes que necesito el dinero para liberar a tu padre. 

—¿No sería más sencillo si él se quedara ahí? 

—Déjate de tus estupideces Marcela. Ven por tus hermanos y llévalos a comer, tengo que ir a trabajar en media hora.

Y colgó. 

Tuve que contener mi rabia para no lanzar el celular contra la pared. 

Desde que mi padre fue arrestado, mi madre sólo se dedicaba a buscar la manera de conseguir dinero, aunque éso incluyera el descuido de mis hermanos. Durante las últimas semanas su pretexto siempre era el mismo: "cuando tu padre vuelva a casa podremos ser una familia feliz, por éso me esfuerzo tanto en liberarlo". 

¿Familia feliz? Seguramente estaba bromeando.

Recordé una ocasión en la que fui a una plática para mujeres que fueron o eran maltratadas por sus esposos. La consejera que impartió el pequeño curso aseguró que cada dieciocho segundos una mujer es maltratada en el mundo, y más de 5,200 mujeres mueren debido a la violencia en su hogar. Fue en aquélla ocasión que me pregunté por primera vez, cuántas de las madres de mis compañeros sufrirían un maltrato similar al que sufría mi madre a causa del "amor de su vida".

De pronto, tuve unas inmensas ganas de llorar por la impotencia que sentía ante la situación de mi hogar. Ansiaba terminar la preparatoria para poder trabajar y darles una vida mejor a mis hermanos, aunque éso implicara que no tuviera estudios universitarios. Una vieja amiga me había invitado a formar parte de la empresa de su padre, en donde trabajaría como capturista, gracias a mi amplio conocimiento en informática. Sin embargo, si aceptaba el trabajo, tendría que mudarme de ciudad, y aún no tocaba ese tema con Daniel, el cual también tenía un futuro brillante en una universidad a varios kilómetros de nuestro hogar.

Si ambos decidíamos hacer lo mejor para cada uno, nos separaríamos.


Cuando la oscuridad venga [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora