Capítulo 5.

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Pamela seguía dormida cuando me escabullí de su habitación al amanecer. Como era de costumbre en su hogar, sus padres habían salido el fin de semana, por lo que no tuve problemas para salir sin ser descubierto. 

Mientras bajaba las escaleras, observé una fotografía donde se retrataban a los señores Almada y su preciosa hija de piel morena. En ella se apreciaba la felicidad de la familia años atrás, pero las cosas habían cambiado luego de que Pamela entrara a la preparatoria. Sus padres aceptaron el hecho de que su hija maduró más pronto que otros, por lo que optaban por dejarla sola los fines de semana mientras ellos escapaban a su casa de playa a varias horas de Monreal. De ello se derivaba la constante necesidad de Pamela por tener compañía masculina los sábados y domingos, pues, aunque sus padres no lo notaran, ella aún necesitaba de su atención, e intentaba disfrazar esa debilidad con su petulante actitud con los demás; aunque yo fui capaz de tocar esa fibra delicada de su ser, por lo que tendía  a buscarme a pesar de saber que sólo quería una cosa de ella: sexo.   

Salí de su hogar a paso veloz, sin querer mirar hacia atrás y recordar lo que sucedió la noche anterior. Cuando Marcela más me necesitaba, yo estaba revolcándome con una chica que la odiaba. ¿En qué clase de idiota me convertía eso?

Marqué el penúltimo número del registro de llamadas de mi celular mientras me subía a la camioneta. El tono de espera me enloquecía, pero mi perdición fue cuando la llamada saltó a buzón de voz: Hey, soy Marcela. En este momento no puedo responder, pero ya sabes qué hacer después del tono. Reprimí un gemido de frustración y volví a intentar contactar con ella, pero de nuevo escuché la grabación de su voz. ¡Mierda! Intenté una tercera vez. Respondió:

—Daniel, buenos días. —Su voz, tan calma como siempre, no hizo más que hacerme sentir como una basura. No podía entender cómo disimulaba que nada malo sucedía en su vida.   

—Marcela.—Suspiré agradecido por volverla a escuchar, realmente no sabía qué esperar luego del alboroto de su hogar—. ¿Cómo estás?

—Un poco desvelada. 

—Disculpa que te llame tan temprano. —Recargué la cabeza sobre el volante—, pero me preocupé mucho por ti.

Se quedó callada un largo rato. No podía ni escuchar su respiración, por un momento creí que se había ido. 

—Escucha, ¿crees que podamos vernos más tarde?

—Por supuesto, pasaré a tu casa. —Encendí el motor de la camioneta, el cual rugió debido al frío que penetró hasta él. 

—¡No! Te veré en la parada del bus a las nueve.

Y colgó. 

Manejé tan rápido como el tráfico de la mañana me lo permitió. Los automóviles avanzaban con lentitud, por lo que opté por rebasar en cada oportunidad sin preocuparme por las normas viales de la ciudad. La casa de Pamela estaba a veinte minutos de la mía, pero gracias a la urgencia de ir con Marcela, hice un récord de ocho minutos. 

Llegué corriendo a mi hogar para ducharme e intentar enjuagar el extravagante perfume de Pamela que estaba impregnado en mi piel. El agua me quemaba, pero no quería desperdiciar tiempo importante al esperar a que la temperatura de ésta descendiera. A Marcela la gustaba llegar antes de la hora acordada, y por ello debía de darme prisa. 

A penas salí de la ducha, corrí a mi habitación para ponerme ropa: calzoncillos limpios, el mismo pantalón y una camiseta gris. El brusco cambio de temperatura me hizo tiritar; los días en Monreal comenzaban a ser tan fríos que ni el más grueso de los abrigos podía cubrirte del penetrante frío que calaba hasta los huesos. Busqué mi chaqueta negra entre la ropa colgada en el ropero, sin embargo, recordé que estaba en posesión de Marcela... 

Cuando la oscuridad venga [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora