Epílogo.

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Cinco años después.

Marcela miraba la fotografía, de arriba a abajo, de derecha a izquierda, la volteaba de cabeza y la regresaba a su posición original. Sus ojos brillaban con intensidad, y la sonrisa de su rostro aún me causaba un revoloteo en el estómago.

Después de varios minutos, por fin me miró, entusiasmada, y me indicó que me sentara con ella en el sillón de nuestro nuevo apartamento.

—Tendrás que decírselo a tus padres, solo.

Reí, y tras darle un beso en la frente. Acaricié su rostro.

—Ellos comienzan a aceptar nuestra relación, será mejor que vayamos los dos.

—Daniel, ¿estás consciente de lo que acabas de decir? —se levantó del sillón y caminó de un lado al otro de la sala antes de continuar—: Apenas me están aceptando en tu vida, y hace más de cinco años que estamos juntos.

—Ellos creen que eres un poco...

—¿Problemática? —preguntó poniendo los ojos en blanco—. Es irónico que la familia Blair piense eso de mí.

—No están acostumbrados a alguien tan...

—¿Impredecible?

—¿Vas a terminar todas mis oraciones? —pregunté mientras me dirigía a ella para tomar su mano—. Escucha, no importa lo que ellos opinen, nosotros continuaremos como lo hemos hecho hasta ahora.

La tensión de su rostro desapareció, sustituida por la cálida sonrisa que tenía minutos atrás mientras admiraba la fotografía que cambió las cosas.

—Tienes razón, no permitiré que tus padres arruinen esto.

—El problema es cómo se lo diremos a tus hermanos —dije con cierto dejo de nerviosismo—. Es decir, Lili ya tiene quince años, es una adolescente que querrá imitar tus pasos, y Edgar está a punto de cumplir diecisiete, tal vez intente asesinarme mientras duermo.

—¿Bromeas? Ellos te adoran, y mis tíos estarán felices por nosotros.

Antes de que Marcela pudiera continuar con su discurso sobre cómo las cosas iban a cambiar y sobre la nueva vida que nos esperaba, Kobe comenzó a ladrar. Ahora era más parecido a una bola de pelos que a un cachorro, había crecido algunos centímetros, pero aún mantenía ese carácter juguetón y torpe que tenía desde el primer momento que entró a nuestro antiguo hogar.

Me agaché para acariciarlo, y me fue inevitable sentir una gran felicidad por aquellos días en los que éramos unos adolescentes repletos de problemas que parecían permanentes, y ahora estábamos a unos meses de darle un giro de ciento ochenta grados a nuestras vidas.

—Es tarde —dije luego de frotar la barriga de Kobe—. No querrás llegar tarde a un día tan importante.

***

En el altar, Carmen se veía tan blanca como su vestido. Marcela estaba preocupada de que su amiga fuera a desmayarse o dar la respuesta equivocada a una pregunta muy importante en su vida.

Francisco, el novio de Carmen, tomó su mano en el momento en que el sacerdote hacía la pregunta crucial de la ceremonia. Tras varios segundos, esperando a que Carmen respondiera, por fin pudo articular un "Sí" como respuesta. Todos en la iglesia aplaudieron, y Marcela tuvo que controlar las lágrimas de felicidad al ver a su mejor amiga casarse con un hombre que en verdad valía la pena.

Aunque a mí me gustaba bromear, diciendo que ella sólo se casó para olvidarse de mí, a lo que Marcela respondía con un golpe en mi cabeza o una mirada que podría fulminarme si lo hiciera con más intensidad.

Cuando la oscuridad venga [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora