Capítulo 20.

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Mi hermana menor estaba jugando en los columpios, cuando un niño mayor la empujó e hizo que se raspara las rodillas. Beatrice vino corriendo hacia mí, para contarme lo que había ocurrido. Limpié sus lágrimas, besé su cabeza y le aseguré que todo estaría bien. La dejé sentada debajo de un árbol, con una caja de jugo y sus galletas favoritas, mientras iba a enfrentar al abusivo que se metió con una pequeña niña de seis años. 

Recuerdo que cuando lo vi, sentí un temblor en todo mi cuerpo. No sólo era mayor que ella, también era más grande que yo. Al parecer tenía trece años, dos años por encima de mí. Me retracté durante un par de segundo, pero cuando vi a mi hermana con una sonrisa en el rostro, tomé el valor suficiente y golpeé al bravucón, el cual salió huyendo con lágrimas en todo su rostro. 

Cuando volví junto a Beatrice me abrazó tan fuerte que sacó el aire de mis pulmones. Nunca olvidaré el orgullo que sentí cuando dijo: «Eres mi héroe». 

A pesar de que años después, cambiáramos nuestros intereses y yo me fuera de la casa, siempre procuraba mantener el contacto, visitarla en su cumpleaños e investigar a los pretendientes interesados en invitarla a salir. 

Al fin de cuentas era mi hermana menor y siempre cuidaría de ella. 

***

No podía ni imaginar el dolor que Marcela sintió cuando Lili le informó sobre el "rapto" de su hermano menor. 

—¿Qué quieres decir con que se lo llevó? —exigió saber Marcela con la voz temblorosa.

—Salimos de la escuela y llegó papá, dijo que quería hablar con él de hombre a hombre. 

—¿Y te dejó a ti así nada más? 

Lili asintió tímidamente mientras se deslizaba al asiento trasero. Sus mejillas estaban recuperando su color rosado, pero se debía a que el llanto la había vencido. 

—Tenemos que ir a la policía —dijo Marcela abrochándose el cinturón de seguridad.

—No podemos ir.

—¿Por qué no? —preguntó enfadada. 

—Es su padre Marcela, las autoridades sólo se burlarán de nosotros.

—Pero puede estar en peligro —dijo aún más furiosa.

—No lo sabemos, quizás sólo lo llevó a comer —Miré hacia atrás para dirigirme a Lili—. ¿No te dijeron a dónde iban? 

Negó en silencio, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.

Miré a Marcela, quien también había roto en lágrimas. La abracé tan fuerte como pude y ella se entregó al abrazo, sollozando contra mi hombro. Ver llorar a dos mujeres increíbles me partía el corazón. 

—¿No crees que tu madre pueda ayudarnos? —pregunté un poco tímido. 

—Creo que es mala idea —respondió nerviosa—. Está trabajando. 

—Vayamos, cuando le digamos que tu hermano desapareció seguramente nos ayudará a buscarlo.

Lili y Marcela intercambiaron una mirada indescifrable. Sus bocas se habían convertido en una fina línea y sus ojos brillaban.

—De acuerdo, pero debes prometer que no dirás nada acerca del trabajo de mi madre.

—Está bien —acepté a regañadientes.

Tras recorrer un laberinto de calles, ocultas entre viejos edificios deteriorados por el tiempo, cubiertos de graffitis y ventanas rotas, llegamos a un establecimiento semejante a un bar. La puerta consistía en un cristal polarizado, y en la parte superior relucía el nombre "La Diabla" en letras cursivas rojas. 

Cuando la oscuridad venga [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora