Capítulo 19.

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Mi cabeza martilleaba con fuerza cuando desperté. Tenía imágenes borrosas sobre lo que había ocurrido la noche anterior: Víctor cargándome, Héctor manejando mi camioneta, Fabián con una pelirroja, Alejandro bebiendo y yo... ¡Mierda! 

Me levanté con brusquedad, ocasionando un dolor intenso y palpitante en la parte posterior de mi cabeza. Con cuidado, me senté en la cama, frotando mis sienes, intentando recordar qué fue lo último que hice con aquella castaña. ¿La había besado? No, si éso hubiese ocurrido, ya estaría en la cama con ella. 

Miré el reloj de mi mesita de noche y brinqué, pues eran las ocho cuarenta. Me había perdido la primera clase. Corrí a bañarme e intentar enjuagarme el olor a cigarrillo, sudor y la culpabilidad. No podía creer que le fallara a Marcela de ésa manera, es decir, era nuestro segundo día juntos y lo había estropeado. Para ése momento Víctor y Alejandro seguramente le habían contado a todos acerca de mi infidelidad. 

Respiré profundo, tratando de hallar la manera en la que enfrentaría la mirada decepcionada de Marcela. 

De camino a la escuela, paré en una florería, donde compré el ramo más grande y costoso de rosas. Sabía que éso no podría remediar mi error, pero quizás podría ofrecerlas como tributo de paz, para que ella no me odiara. Que imbécil. Ninguna mujer podría perdonar a su novio por una infidelidad con un simple ramo de flores.

 Me llevé las manos al rostro, no podía creerlo. De repente me sobrevino una instintiva sensación de soledad, de nuevo había roto un corazón y nunca me lo podría perdonar.

Esperé afuera del salón, aproximadamente diez minutos, antes de que el profesor saliera y me lanzara una mirada inquisitiva, a lo que respondí con una cálida sonrisa y un "perdón" dicho entre dientes. 

Entré al aula, donde estaba Carmen junto con Maryell y Pamela, las cuales me miraron con dagas en lugar de ojos. Y a un lado de Víctor estaba Marcela, tan resplandeciente como siempre, con una bufanda rosa cubriendo su pequeño cuello, y mi chaqueta envolviendo su perfecto torso. 

Me estremecí con aquella imagen, Víctor nunca había intercambiado una palabra amigable con ella, en realidad, todo había empezado gracias a que él decidió hurgar la mochila de Marcela y descubrir su íntimo diario.

Me acerqué con la cabeza por lo bajo, estaba esperando el momento en que Marcela me gritara que jamás quería volver a verme en su vida, acompañada de una risa burlona por parte de mis amigos. En cambio, ella me recibió con los brazos abiertos cuando le entregué las flores.

—¿Unas flores? No lo esperaba —dijo con una amplia sonrisa, seguida de un beso en mi mejilla—. Gracias.

—Marcela, quiero disculparme —comencé a rascar impulsivamente mi cuello—. Anoche...

—Descuida —intervino Víctor—, ya le expliqué el motivo por el cual no respondiste sus llamadas. 

«—¿Sus llamadas? —Pensé perplejo. No sabía a qué se referían.»

Tomé mi celular fingiendo comprender la situación y la pantalla se iluminó revelando que tenía seis llamadas perdidas por parte de Marcela. 

—Creí que estabas molesto —explicó Marcela—, ya sabes, por comportarme como una estúpida afuera de mi casa.

—Yo no...

—¿Cómo sigues de anoche? —preguntó Víctor, incrementando mi confusión. 

—Bien —fue lo único que pude responder. 

El maestro de dibujo entró a toda prisa, cargando un maletín de cuero y algunas escuadras del largo de mi brazo. El profesor Brooks era uno de los maestros más jóvenes de la escuela, apenas tenía veintiseis años, pero su amplio conocimiento de artes le había abierto las puertas de todos los colegios en la ciudad, sin embargo, decidió quedarse en la preparatoria de la que había egresado. Aunque fuera un maestro prestigioso, se rumoreaba que mantenía una relación con una estudiante de cuarto semestre. 

Cuando la oscuridad venga [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora