Capítulo 14.

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Desperté en mi automóvil el sábado por la mañana. 

La noche anterior había sido la peor de mi vida. Recordaba los cálidos ojos de Marcela, mirándome con desprecio, con temor, con decepción. Una mezcla de sentimientos repulsivos en mi contra. Entonces, caí en cuenta de que, antes de que entabláramos una amistad, siempre me miraba de aquella manera. Y conocía el motivo de eso:  ella sabía que era un imbécil, y que no le convenía ser mi amiga.

Sin embargo, decidió arriesgarse a darme una oportunidad. 

Una punzada cruzó por mi pecho cuando invoqué la imagen de su rostro melancólico y sus manos heridas. Pero ¿qué se supone que debí de haber hecho? ¿Permitir que Alan intentara recuperarla y terminar como un idiota?

Aunque esos intentos por mantenerla a mi lado, fueron los que terminaron por alejarla. 

—Eres un idiota Daniel —dije en voz baja mientras golpeaba el volante—. Ella tiene razón, eres un idiota.

Me froté los ojos con ambas manos, intentando dispar el estupor, y  puse el auto en marcha para volver a mi hogar.

Me encontraba en una calle agrietada y repleta de basura. Las casas eran viejas, y los grafitis era una decoración moderna que sólo conseguía darles otro toque descuidado y entristecedor. ¿Cómo había terminado ahí?

Demasiadas preguntas. Ninguna respuesta.

En el trayecto, no pude dejar de pensar en otra cosa que no fuera la idea de que, al llegar a mi hogar, Marcela estaría afuera, molesta, esperando para que le devolviera sus pertenencias. Ella había dicho que volvería, pero no dijo en qué momento,  o si en verdad tendría el valor de regresar y enfrentarme. 

Me tomé demasiado tiempo para estacionar la camioneta en la cochera, y armarme de valor para bajar de ella. Realmente estaba asustado y no podía permitirme tener un sentimiento como aquél.

El departamento continuaba oscuro, a excepción de unos rayos de luz que se filtraban por las cortinas, cuando entré. Mi piernas temblaban al igual que mis emociones al creer que me encontraría con sus cálidos ojos.

Pero ella no estaba.

Fui a mi habitación y, cuando encendí la luz, sentí que el mundo se resquebraja en pedazos. 

Sus cosas habían desaparecido. 

Me recosté en la cama, cubriendo mi rostro con la almohada. Quería gritar, romper cualquier cosa que se interpusiera en mi camino y correr hasta su casa para disculparme de nuevo, pero sabía que todo sería inútil, ella no volvería. 

Entré a la cocina para servirme un poco de vodka, necesitaba despejar mi mente. No quería recordar aquella mirada verde que aún me ponía nervioso, sin embargo, lo primero que vi al llegar, pegado en el refrigerador, fue una nota en una hoja amarillenta, parecida a las de su diario. 

Cuando te sientas perdido, dejaré mi amor oculto bajo el sol, para cuando la oscuridad venga.

Una punzada de rabia atravesó mi pecho.

¿Su amor? ¿Cuál amor? Si ella en verdad hubiese sentido algo por mí no hubiera corrido a los brazos de su exnovio en la fiesta. A pesar de que dijo que estaba intentando alejar a Alan, no le creí en ningún momento, ni siquiera cuando me besó y me dejó ahí con el corazón destruido. 

Rompí la nota.

Marcela se estaba burlando de mí. Fui sincero con ella cuando le dije que la cuidaría y que no tenía ninguna mala intención. Incluso intenté abandonar mi estúpida costumbre de acostarme con cualquiera, pero ella sólo jugueteaba. Me miraba como si estuviera enamorada de mí, me abrazaba, dormía sobre mi pecho, tomaba mi mano, y al final me dijo que no sentía nada. 

Cuando la oscuridad venga [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora