Capítulo 27.

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Era martes por la mañana cuando volví a la escuela.

Tras reposar cuatro días luego de mi percance con Alan, estaba listo para terminar mi última semana de clases de quinto semestre. 

Cuando entré al salón, un sinfín de preguntas me agobiaron. Mis compañeros, incluidos aquéllos con los que sólo intercambié unas simples palabras durante todo el semestre, estaban intrigados por saber con detalle lo que había ocurrido conmigo. Lucero, una pelirroja que se dedicaba a recordarle a los maestros acerca de las tareas que sólo pocos hacíamos, desplegó una hoja de periódico y me mostró una imagen en donde yacía en el suelo, cubierto de sangre y suciedad. Tomé el pedazo de papel con gran sorpresa, no sabía que mi incidente había circulado por toda la ciudad. Leí la extensa redacción que detallaba acerca de mi delicada salud y la manera en que arrestaron a mis agresores. Al parecer alguien los había delatado, pero ¿quién?

Creí que las preguntas cesarían cuando el profesor entrara al salón, pero éso sólo empeoró todo. Cuando me dedicó una mirada sorprendida, lo primero que hizo fue preguntarme sobre lo ocurrido, y los murmullos entre mis compañeros comenzaron de nuevo.

Así fue durante todo el día. Me dedicaban furtivas miradas, y muchísimas preguntas extrañas que no lograba comprender. Me dio la impresión de ser un héroe, cuando la realidad era que fui humillado por el exnovio de Marcela. Sin embargo, opté por no entrar en detalles e intentar decir lo menos que pudiera, no necesitaba que todos se enteraran sobre mi paliza. 

Cuando la última clase terminó, decidí quedarme otro rato para esperar a que todos se marcharan y así evitar más interrogaciones. 

Cerré los ojos, intentando controlar el temblor de mis manos. Alan estaba preso, pero alguien intentaría liberarlo, así como al padre de Marcela. 

Unos pasos llamaron mi atención y cuando miré a la persona que me hacía compañía, sentí un repentino ataque de nervios. Se trataba de Pamela, quien me observaba intrigada. 

—¿Estás bien? —preguntó con voz amable mientras se sentaba en el pupitre de mi lado. 

—Éso creo —respondí encogiéndome de hombros—. No ha sido un buen día. 

—Espero que ésto pueda animarte.

De su mochila, sacó una caja café adornada con un moño rojo y una tarjeta que decía "Felicidades" en letras azules. Se trataba de un obsequio. 

—Lo recordaste —dije con voz ronca.

—No podría olvidar tu cumpleaños. 

Con un ligero movimiento de cabeza me indicó que abriera el regalo. Lo dudé durante unos segundos, pero terminé haciéndolo. Era un libro: La Divina Comedia de Dante Alighieri. Desde hacía tiempo anhelaba tenerlo, aunque siempre que intentaba ir a comprarlo, salía un imprevisto o las librerías estaban cerradas. 

Una punzada cruzó mi pecho mientras decía: —No lo merezco. Me he comportado como un completo idiota contigo. 

Hice ademán de guardar el libro, pero Pamela sujetó mis manos con cuidado. 

—No todos los días cumples dieciocho años Daniel —comentó, mordiéndose el labio inferior—. Además, acabas de pasar un mal momento.

—Gracias —dije con sinceridad—. Espero puedas perdonarme por todo.

—Tengo una idea de cómo hacerlo. 

Se acercó a mí, aún sujetándome, e intentó rozar sus labios con los míos, pero me aparté bruscamente, sin embargo, ella siguió insistiendo en pactar nuestra reconciliación con un beso. 

Cuando la oscuridad venga [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora