Sábado primero de Diciembre.
Un mes había transcurrido desde que mi vida cambió. Aquél día en que leí el diario de Marcela y descubrí su más oscuro secreto. Además de ser el momento en que la miré de una manera diferente y comencé a preocuparme por ella.
Treinta días antes tenía el tiempo contado, sólo disponía de dos meses para salvarla, pero ahora que ella había asegurado que no debía de preocuparme por éso, podía ser feliz.
Poder estar con Marcela fuera del hospital era una sensación inexplicable. Mis brazos no querían soltarla y, a pesar de que sus lesiones mejoraron considerablemente, temía lastimarla si la abrazaba con demasiada fuerza. Su frente seguía teniendo un corte y, para su suerte, la parte rapada de su cabeza podía cubrirse si acomodaba su cabello de distinta manera. Para mí, se veía preciosa.La ayudé a subirse a la camioneta, emocionado por ir a su casa para volver a hacer sus maletas y llevarla al que sería nuestro hogar. Estaba extasiado de que viera lo que le esperaba en casa: una pequeña sorpresa que había planeado para ella.
Conduje con tranquilidad, también temeroso de que pudiera frenar de golpe y eso pudiera lastimar alguno de sus músculos tensos. Hasta yo mismo me sorprendí cuando leí el tablero, y me percaté de que iba a menor velocidad de lo establecida.
—Te extrañaba mucho —le dije mientras acariciaba sus nudillos—. No volveré a permitir que algo malo te pase.
—Daniel —su dulce voz penetró hasta lo más profundo de mi mente—, no debes preocuparte de nada, sé que a tu lado estaré segura.
Aparté la mirada apenas unos segundos de la carretera, para poder dedicarle una sonrisa apenada; ella me devolvió la sonrisa, y regresé mi atención a los automóviles que iban por delante de nosotros.
Por suerte, el tráfico hasta la casa de Marcela fue liviano. No demoramos más de veinte minutos en ir desde el hospital hasta su tétrico hogar.
Me estacioné en la acera de enfrente y bajé con rapidez para ir hasta el lado del copiloto y abrirle la puerta a mi chica, quien apretó mi mano con gentileza y besó mi mejilla una vez que sus pies tocaron el suelo.
—Creo que no hay nadie —susurró temerosa—. Mi madre iba a llevar a mis hermanos con una de sus amigas. Al parecer iban a pedirle un préstamo, o algo así.
—Será mejor que nos demos prisa —puntualicé.
Durante los últimos días, la madre de Marcela había intentado conseguir dinero suficiente para pagar la fianza de su padre; Lili y Edgar habían cooperado con algunas monedas para ayudarla. Quizás no eran lo suficientemente pequeños para ignorar que la conducta de su padre no era adecuada y normal, sin embargo, tenían el cariño que todo niño siente por su padre, en especial Edgar, ya que en los buenos tiempos iban a jugar al parque, y aún necesitaba de una figura paterna que lo adentrara al mundo de la adolescencia.
En cuanto Marcela se enteró de que su madre intentaría liberar a su padre, había tomado la decisión de huir, pues no soportaría vivir más tiempo con un monstruo y su esclava. Aunque, por más dificultoso que fuese, todos los días tendríamos que ir con sus hermanos para alimentarlos y asegurarnos de que se encontraran bien. Por causas mayores no podíamos alejarlos de su madre, ya que podría denunciarlo como un secuestro.
Por el momento, me conformaba con tener a Marcela a mi lado.
Entramos a su hogar, el silencio casi era palpable, nuestros pasos resonaban con fuerza contra las paredes debido a la ausencia de los muebles que vendieron para obtener dinero. El recuerdo de ése lugar era siniestro, y verlo de aquélla manera lo volvía más tétrico, daba la impresión de ser una casa deshabitada por años. Una fina capa de polvo cubría el suelo, claro, si Marcela no se encargaba de la limpieza nadie más lo hacía. Mi pregunta era, ¿en dónde habían vivido sus hermanos mientras ella no estaba? Y, al parecer, Marcela tampoco lo sabía, ya que su madre se negaba a hablarle de ellos debido al comportamiento que tuvo con su padre. ¡Que mujer tan tonta! Sin duda, algunas personas disfrutaban de la mala vida.
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Cuando la oscuridad venga [1]
RomanceEs primero de noviembre cuando Daniel Blair encuentra el diario privado de la chica tímida de su salón y, en la última página escrita, lee el mayor deseo de su compañera: Suicidarse el último día del año. Daniel tendrá que impedir que eso ocurra sin...