Capítulo 37.

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El verano casi terminaba cuando me mudé a la ciudad de Barsoix para ir a la universidad.

Mi nuevo departamento consistía en una pequeña habitación, un baño y una sala-comedor lo suficientemente grande para una persona. Mis padres se habían tomado la molestia de elegirlo, para que así nadie pudiera vivir conmigo. Y por ello, me refiero a que esperaban que ninguna mujer pudiera dormir en la misma cama que yo. Sin embargo, no debían de preocuparse por éso, ya que la única mujer que quería en mi vida, había desaparecido de la faz de la tierra hacía casi ocho meses.

Desde que Marcela se había ido, mi vida se hundió en un hoyo negro que, al parecer, no tenía salida.

Los primeros dos meses estuvieron repletos de esperanza, creyendo que ella se comunicaría tarde o temprano, pero al quinto mes, entré en un estado de rabia con todos y todo. De hecho, estuve a punto de repetir el último semestre de preparatoria debido a que mis calificaciones se fueron en picada. Me peleé con los pocos amigos que me quedaban debido a mi constante mal humor, aunque no me sentía mal por ello, ya que todos me parecían unos imbéciles que sólo querían beber. Por mi parte, renuncié a todo tipo de vicios, a excepción de uno: ella. Mi vida giraba en torno a su recuerdo.

Ni siquiera podía estar en mi casa, gracias a que todo ahí me recordaba a los buenos días que compartimos juntos. La cama en la que dormimos tantas noches e hicimos el amor. La cocina en donde desayunamos, comimos y cenamos mientras nos dedicábamos bellas palabras. El baño, aquél en donde la vi desnuda por primera vez y tuve que controlar mis impulsos de idiota. Y ahí estaba Kobe, aún pequeño y frágil como cuando se lo obsequié a Marcela. Al parecer él también sentía tristeza por la partida de nuestra amada.

Despejé mi mente. No quería iniciar una nueva etapa de mi vida, con los recuerdos atados a mis tobillos. Necesitaba olvidarla, y la mejor manera de hacerlo era conocer a chicas, nuevos amigos y recobrar la personalidad Blair.

Era de noche cuando estaba terminando de desempacar mis maletas, entonces sonó el timbre. ¡Coño! Por qué siempre tenían que interrumpirme cuando estaba haciendo alguna labor.

Caminé pesaroso hacia la entrada, deseando que no fuera ningún tipo de vendedor, pues no tenía la paciencia suficiente para tratar con alguno de ellos. Sin embargo, cuando abrí la puerta sentí mi corazón martillear con fuerza. Se trataba de una chica atractiva, con ojos azules y cabello rubio hasta la cintura. Su tersa piel desprendía un exquisito aroma a fresas.

—Hola —dijo tímidamente mientras me dedicaba una resplandecientes sonrisa—. ¿Se encuentra Fernando?

—Aquí no vive —respondí nervioso.

—Oh, lo siento.

—Descuida —dije más seguro de mí mismo cuando recordé que era un Blair, y ninguno podía sucumbir ante nadie—. ¿Quieres pasar?

Sus ojos se abrieron, sorprendidos, por la inusual invitación que le hice, sin embargo, asintió y me hice a un lado para que pasara. Sus caderas, al caminar, se movían con exagerada sensualidad, lo que detecté como una incitación muy tentadora.

Le ofrecí un vaso de agua, y se sentó en la única silla que había en el comedor. Su falda se levantó hasta la mitad de sus muslos, y de nuevo sentí ese cosquilleo entre mi entrepierna.

—¿Cuál es tu nombre? —pregunté reclinándome sobre la barra de la cocina.

—Cecilia, ¿y el tuyo?

—Daniel Blair.

—¿Blair? ¿Eres el hermano de Beatrice?

Reí y asentí abatido por el parentesco. Aún despreciaba a mi hermana por haberme delatado con mis padres y provocar que ellos prohibieran mi relación con Marcela. En realidad, hacía meses que tampoco hablaba con ella, pues me parecía una persona desagradable e interesada; quizás durante un intervalo de tiempo, me parecí a mi hermana, pero aquello había terminado.

Cuando la oscuridad venga [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora