Capítulo 7.

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Llegué a la escuela cuarenta minutos antes de que empezara la clase.

Sabía que Marcela no tardaría en llegar y tendría la oportunidad que tanto esperaba, por fin podría confesar mis sentimientos por ella, pero tenía un gran dilema: no sabía cómo decírselo. Con otras chicas era sencillo, pues sólo tenía que dedicarles una sonrisa e invitarlas a mi casa, pero ella no era cualquier chica, Marcela era inteligente, carismática, responsable y, en cierto modo, sexy; me atraía la manera tan cálida en la que hablaba y cubría su cuerpo, me imaginaba que detrás de esos suéteres holgados lucía una piel tersa y bella.

Me relajé, intentando buscar las palabras adecuadas para decirle lo que me hacía sentir, una combinación de nervios y furia. Lo primero debido a su sonrisa, y lo segundo era por mi estúpida forma de arruinar las cosas. Debía explicarle que estaba saliendo con Pamela, sólo por mi estúpido orgullo de querer dejar de lado mis verdaderos sentimientos, pero... ¿qué pasaría si me rechazaba? 

Lo medité unos segundos y llegué a la conclusión de que no me importaba. Estaría a su lado pasara lo que pasara, sin embargo, esperaba que ella me diera una oportunidad de entrar en su vida. 

Temía que mi atracción por ella fuera en aumento y terminara enamorándome, para luego perderla el último día del año. No podía olvidar aquella posibilidad de que en verdad decidiera terminar con su vida y se alejara de mí para siempre. No podría soportarlo. No conseguiría olvidar esa mirada serena que transmitía mil cosas a la vez. 

Me senté en una butaca, frotando mis manos para calmar el frío y el temblor de éstas. Jamás me había sentido así, era escalofriante y excitante al mismo tiempo. Pasaron aproximadamente quince minutos para que escuchara dos voces acercándose. Al instante reconocí la voz de Marcela, pero no conseguí distinguir la segunda. 

Mi corazón se agitó, se estaba acercando el momento. 

Me levanté con torpeza y casi me caigo cuando vi a la acompañante de Marcela: se trataba de Pamela. El piso debajo de mis pies tembló y tuve que sentarme de nuevo. Ella nunca llegaba temprano, ¿Por qué estaba ahí? Las saludé con un movimiento de mi mano y comencé a respirar pesadamente. Me sentía como un completo imbécil.

Pamela se acercó con pequeños brinquitos y me besó en los labios, cerrando sus brazos alrededor de mi cuello. Como era de esperarse, cerró los ojos mientras me besaba, pero mi mirada se mantuvo sobre Marcela, que acomodaba su cabello en una coleta. Me imaginé cómo se sentiría acariciar su nuca con delicadeza mientras mis labios se cerraban sobre los suyos. Aparté el pensamiento, éso jamás ocurriría. 

Me alejé de mi novia y le dediqué una sonrisa forzada.

—Buenos días —su voz era melosa.

Intenté mantener mi mirada fija en la suya, pero el resplandor de Marcela me impedía mantener la concentración en Pamela. Lo único que pude responder fue: —Hola. 

—Te extrañé mucho, cariño.

¿Cariño? ¿En verdad me dijo cariño? Tuve que contener una carcajada y un comentario sarcástico. 

—¿Por qué llegaste tan temprano? —pregunté con sorpresa. 

Arqueó las cejas y dejó de abrazarme.

—¿No se supone que tú también deberías de decirme algo lindo?

—Oh sí, lo lamento —pensé durante varios segundos—. Me gusta cómo te quedan esos jeans. 

Le di un vistazo a sus piernas e hice que diera una vuelta para mirar su trasero. Aquél cumplido era cierto, me gustaba que utilizara pantalones ajustados y blusas escotadas. A pesar de que no involucraba sentimientos en nuestra relación, Pamela me gustaba mucho, pero sólo de una manera física. Jamás podría enamorarme de ella, era demasiado torpe para mi gusto. 

Cuando la oscuridad venga [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora